sexta-feira, 17 de outubro de 2008

29° Domingo do Tempo Comum (Pe. Antônio Geraldo Dalla Costa)

O Cristão é um cidadão como todos os outros.
Para o cristão, quais devem ser as relações
entre as realidades de Deus e as realidades do mundo?
A Liturgia desse domingo nos aponta o lugar
que cabe a Deus e ao Mundo.

Na 1aLeitura, o Profeta nos lembra que Deus se serviu de um rei pagão
para libertar da Babilônia o seu povo. (Is 45,1.4-6)

Ciro, Rei da Pérsia, foi um excelente comandante e político iluminado. Conquistou todos os impérios do oriente, inclusive a Babilônia.
No ano 538, depois de conquistar a Babilônia,
permitiu os judeus voltarem à própria terra e
começarem a reconstruir o templo e a cidade de Jerusalém.
O profeta chama o rei pagão de "ungido do Senhor".
Ciro torna-se instrumento de Deus, mesmo sem o conhecer,
sem mesmo ser membro do povo da Aliança.

* O profeta vê no acontecimento a mão de Deus
agindo na história do seu povo.
Deus pode se servir de qualquer pessoa para realizar seus projetos.
Pode se servir de dirigentes até sem religião, desde que sejam
competentes, honestos e saibam promover o bem-estar e a paz.
- O contrário também pode acontecer:
Nem toda pessoa "religiosa" e bem intencionada
tem a necessária competência para uma função pública.

Na 2ª Leitura, São Paulo louva o Senhor,
porque a Comunidade de Tessalônica abraçou com entusiasmo
o Evangelho, e pela ação do Espírito Santo,
deu frutos de fé, de amor e de esperança. (1Tes 1,1-5b)

No Evangelho, herodianos, favoráveis ao poder romano,
fazem uma pergunta capciosa:
"É permitido ou não pagar o TRIBUTO a César?" (Mt 22,34-40)

- Se dissesse SIM: apareceria como colaborador da dominação romana.
Se dissesse NÃO: seria denunciado às autoridades romanas como subversivo.
- Jesus percebe a armadilha e denuncia a maquinação:
Pede uma moeda e pergunta: "De quem é essa imagem?
à"Dai pois a César o que é de César..."
e acrescenta: "...e a Deus o que é de Deus"

+ "Dar a César o que é de César e a Deus o que é de Deus":
Dar significa aqui "devolver" a cada um o que lhe pertence.
Não deve dar a César o que não lhe pertence: a ADORAÇÃO,
devida unicamente a Deus (não aos imperadores...).
* Jesus manda que fosse dada a César uma pequena peça de metal,
que trazia impresso um perfil de homem: pouco menos que nada...
Ao contrário, a Deus é preciso dar toda a alma, feita à imagem do Criador,
que traz impressa a imagem do Homem-Deus e vale infinitamente mais
do que todas as moedas cunhadas pelo Estado.

+ Um Perigo: Tirar o lugar de Deus.
O dinheiro, o poder, o êxito, a realização profissional, a ascensão social,
o clube de futebol… podem tomar o lugar de Deus e
passar a dirigir e a condicionar a vida de muitas pessoas.
No entanto, essa troca quase sempre traz apenas escravidão,
alienação, frustração e sentimentos de solidão e de orfandade…

* Nosso Deus é de fato o "Senhor" a quem servimos em nossa Vida?

+ Jesus nos lembra:
- "Dar a César..." (a imagem de César)
O Cristão tem obrigações com a Sociedade em que vive.
Nenhum país funciona se a população não der a César o que é de César...
O cristão autêntico deverá ser um membro ativo do seu país.
Deverá não só pagar os impostos, respeitar as leis justas e
evitar os esquemas de corrupção,
mas também procurar participar da vida de seu país em todos os seus aspectos
e lutar por uma sociedade mais justa e mais fraterna.

- "Dar a Deus" (o homem é "imagem" de Deus)
Por isso, seus direitos e sua dignidade devem ser respeitados por todos.
É um grande crime contra Deus destruir ou menosprezar
a imagem de Deus que existe em qualquer pessoa.

- Dar à Comunidade cristã o que é nossa obrigação:

- Participar na Vida e Ação evangelizadora e missionária da Igreja...
No mês missionário desse ano ela nos lembra,
que somos responsáveis para que haja "VIDA para todos os Povos".
E o Papa manifesta o desejo de que
o "Dia mundial das missões encoraje a todos a tomar consciência
da urgente necessidade de anunciar o Evangelho".

- Colaborar pela sua manutenção, pelo Dízimo...
A Bíblia fala e condena os que "sonegam" o tributo do templo...
Será que ainda hoje existem estes sonegadores?
+ Estamos, de fato, dando a César o que é de César e a Deus o que é de Deus?

Se todos o fizerem, poderemos confiar num mundo mais justo e fraterno.

DOMINGO 29 del Tiempo Ordinario

Las Lecturas de este Domingo tratan un asunto importante para el buen desenvolvimiento de la vida de los pueblos, de los gobiernos y de los gobernados.
El Evangelio de hoy toca un asunto político-religioso: la autoridad civil y la autoridad divina. Se trata del episodio en el cual los Fariseos, pretendiendo nuevamente poner a Jesús contra la pared, le preguntaron si era lícito pagarle impuestos a Roma.
Si decía que no -pensaron ellos- podría ser interpretado como desobediencia a la autoridad civil, en manos de los Romanos que tenían ocupado el territorio de Israel. Si contestaba que sí, podría interpretarse como una limitación de la autoridad de Dios sobre el pueblo escogido. La respuesta de Jesús fue clara y sin caer en la trampa: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt. 22, 15-21).
Así que Jesús no estaba contra la pared. Con esta hábil respuesta -como muchas otras del Señor ante la insidia de los Fariseos- Jesús deja claramente establecido que la autoridad política tiene su campo propio de acción, relacionado con el orden público y el bien de todos los gobernados, y que cuando requiere la obediencia y la contribución o tributo, hay que cumplirle.
Pero también deja claro que el respeto y el tributo no sólo se le debe a la autoridad civil, sino que principalmente debemos darle a Dios lo que es de El y a El corresponde.
¿Qué significa esto? Significa varias cosas.
1.) En primer lugar debemos saber que toda autoridad temporal viene de Dios. Recordemos lo que Jesús, más tarde, le dijo a Pilatos, el gobernador romano, en el momento del juicio que éste le hizo: “Tú no tendrías ningún poder sobre mí, si no lo hubieras recibido de lo Alto” (Jn. 18, 11).
Si la autoridad civil viene de Dios, también depende de El. Esto tiene como consecuencia que un gobierno puede llegar a ser injusto si, por ejemplo, se opone al orden divino, a la Ley de Dios; si exige algo que vaya contra la ley natural establecida por Dios, si va en contra de la dignidad humana, contra la libertad religiosa, etc.
En casos como éstos se aplica lo que vemos contestar a los Apóstoles cuando la autoridad civil les prohibe predicar en nombre de Jesús, o sea, cuando les prohibe realizar la tarea que Dios les había encomendado.
Si la autoridad divina está por encima de la autoridad civil, es claro por qué ellos desobedecen y al serle reclamada su desobediencia, ellos responden: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres” (Hech. 5, 27-29).
Es decir, cuando entra en conflicto la obediencia a Dios con la obediencia al poder civil, hay que tener en cuenta que toda autoridad temporal tiene su origen en Dios y que la autoridad divina está por encima de la autoridad humana.
2.) En segundo lugar, debemos tener claro que Dios es el Señor de la historia y todo lo ordena El para la salvación de la humanidad y de cada ser humano en particular.
Hasta las leyes de la Roma pagana y sus gobernantes sirvieron para que se llevaran a cabo los designios de Dios, tanto para el nacimiento como para la pasión y muerte de Jesús, el Salvador del mundo: el edicto de empadronamiento de los judíos, ordenado por el Emperador romano, obligó a San José y la Virgen a ir a Belén, donde nacería el Salvador del mundo (cfr. Lc. 2, 1-5) anunciado desde antes por el Profeta Miqueas (cfr. Mt. 2, 4-5 y Miq 5, 2). Con el juicio de Pilato a Jesús (cfr. Jn. 19, 14-16) se cumplió la redención del género humano.
Nada escapa, entonces, a los designios divinos, bien sea porque Dios lo causa o bien porque lo permite. Los mismos gobernantes -sean buenos o malos, sean convenientes o inconvenientes, sean tolerantes o intolerantes, sean lícitos o ilícitos, sean tiranos o magnánimos- aunque no lo sepan o no lo quieran reconocer, aunque no se den cuenta sus gobernados, son instrumentos de Dios para que se realicen los planes que El tiene señalados para trazar la historia de la salvación de la humanidad.
Si revisamos la historia de la salvación que encontramos en la Sagrada Escritura, podemos ver cómo Dios va realizado su plan de salvación en el pueblo escogido. A veces éste se ve librado por Dios por un conjunto de circunstancias que pueden llegar a considerarse un milagro, enviándoles, por ejemplo, un jefe que los lleva a la victoria, o a veces, por el contrario, permitiendo que el pueblo fuese o derrotado o desterrado o dividido.
En todas las circunstancias está la mano poderosa de Dios, porque “Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman” (Rom. 8, 28). En esto consiste la Historia de la Salvación, realizada por Dios, en la que utiliza a los seres humanos como instrumentos para realizar sus planes, porque Dios es el Señor de la historia ... nadie más.
Veamos, por ejemplo, lo que ocurrió al pueblo de Israel en una época de su historia:
931 años antes de la venida de Cristo, se dividieron las doce tribus y se constituyeron en dos reinos, el Reino del Norte y el Reino del Sur (cfr. 1 Re. 12, 1-32).
Luego en el año 722 antes de Cristo, cae el Reino el Norte en manos de Asiria (cfr. 2 Re. 17, 5-6 / 18, 9-12).
Y en el año 587 antes de Cristo cae también el Reino del Sur, quedando Jerusalén con su Templo destruido y sus habitantes desterrados a Babilonia (2 Re. 24, 10-17).
Y todo esto, por más adverso que pareciera para el pueblo escogido, lo permitió Dios, el Señor de la historia.
La Primera Lectura (Is. 45, 1.4-6) de hoy nos muestra la escogencia que el mismo Dios hace de un Rey pagano, Ciro, a quien convierte en el liberador del pueblo de Israel. Ciro, Rey del Imperio Persa, al conquistar Babilonia en el año 538 antes de Cristo, da la libertad a los judíos para que regresen a su tierra y autoriza la reconstrucción del Templo de Jerusalén (cfr. Es. 1).
Sin saberlo, Ciro colaboró con Dios para que todos vieran su gloria y a El se le rindiera culto nuevamente en el Templo de Jerusalén. Así nos dice la Sagrada Escritura sobre la elección de Ciro por parte de Dios para ser su instrumento: “Te llamé por tu nombre y te di un título de honor, aunque tú no me conocieras ... Te hago poderoso, aunque tú no me conoces, para que todos sepan que no hay otro Dios fuera de Mí. Yo soy el Señor y no hay otro” (Is. 45, 1-6).
En el comienzo de la historia de la Iglesia vemos cómo las persecuciones a los cristianos por parte de los romanos, sirvieron para la difusión del Evangelio de Jesucristo. Siempre se ha dicho que la sangre de los mártires es multiplicadora de semillas de nuevos cristianos. Y así fue y sigue siendo. Dios, de un aparente mal, como es la muerte de cristianos inocentes, saca un bien. Así sigue Dios escribiendo la historia de la salvación.
Más recientemente en nuestro siglo, vemos cómo los regímenes marxistas que habían intentado apagar la fe en Dios, no lo lograron del todo. La fe del pueblo se mantuvo viva y, cuando parecía que estaba apagada, fue como un fuego que vuelve a encenderse a partir de las cenizas.
Todo lo ordena Dios para sus fines. La historia de cada ser humano en particular y de los pueblos está en manos de Dios. Por encima de todo gobierno humano está el gobierno de Dios. Y todo lo ordena Dios, origen de toda autoridad humana y Señor de la historia, para realizar la historia de la salvación de cada ser humano en particular y de toda la humanidad.
Volviendo sobre la moneda y la imagen en la moneda: en nuestro Bautismo hemos sido sellados con el sello de Cristo. ¿De quién es, entonces, la imagen que llevamos nosotros? Hemos sido hechos a imagen y semejanza de Dios, y con el Bautismo hemos sido hechos hijos de Dios. Entonces, hay que dar al César lo que es del César, pero más importante aún es dar a Dios lo que es de Dios.

29º Domingo do Tempo Comum

Como os anteriores, também o texto que hoje a liturgia nos oferece, está inserido teologicamente dentro de um contexto escatológico. Na última semana de Jesus em Jerusalém (período em que é ambientado o episódio) o Evangelista vê os eventos finais da história, vê as atitudes definitivas do homem e o desvelamento da verdade. Na medida em que se aproximam os eventos finais, também se torna mais agudo e evidente o conflito entre a verdade e a mentira, entre Jesus e o maligno. Sempre mais a verdade se mostra por aquilo que é, e o mal se revela por aquilo que é. Na resposta de Jesus aos discípulos dos fariseus e dos herodianos: «Por que me preparais uma armadilha?», encontramos a mesma expressão com a qual o Espírito dá início ao conflito entre o Reino de Deus e o reino do demônio, de fato o verbo “periazw” (preparar uma armadilha) é usado propriamente em relação ao demônio, por exemplo, quando das tentações no deserto (Mt. 4,1). É também usado no Antigo Testamento para indicar os inimigos de Deus enquanto tocaiam o homem amigo de Deus (“o justo”). A armadilha é propriamente uma traição, algo que se mostra de um determinado modo agradável, mas esconde um perigo para a vida. É o «laço do caçador» (Sal. 124,7). É uma característica própria do mal e do maligno mostrar um aspecto e ocultar o outro; é a meia-verdade, pior do que a mentira. Nunca o mal se apresenta como mal, ao contrário (!); desde as primeiras páginas do Gênese a serpente se faz conhecer como “alguém que quer o bem” de Eva e de Adão, o bem do homem. A serpente quer a “emancipação” do poder de Deus para que o homem seja como Deus. Ela faz isto com uma estratégia aqui muito bem identificada: a hipocrisia. A verdade e a hipocrisia conflitam sobre o mesmo terreno que é o coração do homem, o lugar onde este decide “quem” colocar no trono que pertence a Deus.
É nesta ótica que o trecho do Evangelho nos oferece um caminho de reflexão, que nos aprontamos a percorrer para nos perguntar, com Mateus, “quem” colocamos no trono do nosso coração, a “quem” escolhemos servir.
As primeiras palavras do texto nos dão desde o início o clímax no qual se verifica a situação: imediatamente aparece a não-verdade, fariseus e herodianos, inimigos entre si, estão de acordo, contra Jesus. Uma típica característica do mal: duas pessoas más só se unem se for “contra” alguém. Cada uma por interesse próprio. Fariseus e herodianos não tinham a coragem de enfrentar diretamente Jesus; embora tivessem decidido matar Jesus, tinham medo da multidão a qual -como nos diz o trecho paralelo de Marcos- “considerava Jesus um profeta” (Mc. 12,12). A não-verdade não se apresenta, escolhe atalhos, vias transversas; escolhe “discípulos” os quais poderiam, em caso de necessidade, ser dados como culpados de errônea interpretação, de iniciativa pessoal... enfim, o homem mau deseja sempre se sair de mãos limpas, a culpa recai sempre sobre outro. Não foi assim com Adão? «A serpente me enganou... A mulher que “você” me deu... »; culpado é sempre outro, e quando não há mais ninguém para culpar, então o culpado é Deus (“você me deu...”).
A máscara da mentira se esconde sempre atrás de uma linguagem lisonjeira, não há meio maior de atrair uma pessoa numa armadilha do que solicitar o amor-próprio, o comprazi mento de que somos bem considerados: «... Sabemos que és verdadeiro e que, de fato, ensinas o caminho de Deus». Um mínimo de orgulho já é o suficiente para cair numa cilada do maligno, mas Jesus não procura o pláuso das pessoas e isto lhe permite ver o mundo a partir da ótica do Pai. Guardar em nosso coração, com zelo e atenção o lugar que pertence a Deus, nos permitirá sempre ver as coisas por aquilo que estas são; resguardará-nos sempre das meias-verdades que se insinuam lenta e constantemente.
A armadilha era tão bem preparada que, teoricamente não teria saída. Creio que algumas informações possam ser úteis para compreendermos o fato e a reação de Jesus. Quando Roma conquistava um território exigia um juramento de fidelidade ao Imperador, que se oferecesse um sacrifício para ele e que se pagassem os impostos; fora isto a intervenção romana aconteceria somente em caso de motim. As moedas de prata ou de ouro eram forjadas exclusivamente em Roma (as de cobre podiam ser forjadas em todo o Império) e traziam a efígie do Imperador; a moeda era o símbolo da extensão das terras que pertenciam ao Império como uma só coisa. Pagar o “tributo” significava, simbolicamente, reconhecer a soberania do Império sobre as terras; era bem mais do que uma das várias taxas que serviam para as despesas administrativas. Ora, se Jesus tivesse afirmado que era necessário pagar o tributo estaria contradizendo toda a Escritura, segundo a qual o território de Israel era a herança que Jahvé deixava como propriedade a Israel. E mais, pagar o tributo significaria cometer o mesmo pecado de Davi quando quis fazer o recenseamento (2Sam. 24), gesto este que manifestava o desejo de Davi de controlar Israel, fazer-se “dono” de um povo que pertencia exclusivamente a Deus. E ainda mais: em todas as “tefillah” (orações) que se rezavam no Templo ou em casa, existia a expressão: “Jahvé é o Senhor de Israel”; legitimar o tributo significaria então, reconhecer que uma Autoridade humana pode tomar o lugar que pertence a Deus. Legitimar o tributo desagradaria aos fariseus e zelotes e agradaria aos herodianos, os quais tinham benefícios vindos da administração romana. Por outro lado, se Jesus tivesse proclamado ilegítimo o tributo, estaria no mesmo instante declarando-se líder de uma revolta (como fizera Judas o Galileu em torno do ano 6 dC., o que ocasionou a dura repressão romana), agradando os zelotes e fariseus que esperavam somente um gesto do “Messias” para iniciar mais uma revolta.
Como Jesus se coloca? Realmente nos deixa admirados a perspicácia de Jesus. Em primeiro lugar manifestou a eles mesmos a hipocrisia com a qual agiam: pediu uma moeda e, engaçado, eles tinham no bolso uma moeda! Ora, é útil saber que simplesmente tocar uma moeda em cuja face estava escrito “dominus ac deus noster” junto dom a efígie do Imperador (“Nosso senhor e nosso deus”, título que o imperador Domiciano adotou, mas que já se encontra alhures) colocava o judeu em estado de impureza ritual, era algo realmente repugnante... mas, eles tinham no bolso.
A resposta de Jesus atinge o centro da questão, não fatores marginais como aceitar ou não um sistema invés que outro. Nenhuma pressuposta “revolução” é capaz de colocar o homem no lugar que lhe cabe, uma revolução somente substitui o sistema, como já vimos pela nossa história. Todo sistema traz em si e cria “estruturas de pecado” (como escrevia João Paulo II –Solicitudo Rei Socialis, 36) quando determina como verdades “atitudes opostas à vontade de Deus e ao bem do próximo”; entre estas primam “a cobiça exclusiva do proveito e a sede de poder, com o propósito de impor aos outros a própria vontade a qualquer custo” (idem, 37). Nunca um sistema conseguirá dar ao homem aquilo que ele precisa para ser homem se não levar em consideração valores morais que, em última análise, remontam a Deus. A história nos ensina como a dignidade da pessoa humana começou a ser respeitada à medida que o cristianismo entrou a fazer parte de culturas e nações, fazendo desaparecer a escravidão, o comércio de pessoas, o infanticídio sem necessidade de julgamento, etc. Um Estado que coloque regras que prescindem das de Deus é inevitavelmente destinado a implodir, como a história nos mostra, como assistimos acontecer e acontecendo com os dois grandes sistemas que o homem inventou para se “emancipar de Deus”: o socialismo e o capitalismo. Permito-me citar quanto disse certa vez numa reunião, um homem do qual tive sempre muita admiração, o agora Card. Cláudio Hummes: “A revolução Francesa quis substituir a Deus com os ideais laicistas sintetizados nas palavras: Liberdade, Igualdade, Fraternidade (note-se, para não cair em mal-entendido, que o conceito de “fraternidade” da revolução francesa não era o conceito de “fraternidade” cristão). O liberalismo está mostrando os seus lados obscuros como já fez o comunismo. Não será a hora de mostrar o que é a fraternidade cristã?”. Deixando assim entender que o próximo passo, a “fraternidade” não cristã, (muito semelhante, em 1789, àquilo que hoje chamamos de “mundo global”) pode ser mais perigoso ainda. Afinal, quem vai controlar tudo? Quem tem nas mãos os critérios para enviar ou não um contingente a fim de findar uma guerra, ou deixá-la correr? Quem decide sobre o que é “vida”? Quando nasce ou termina? Quem decide o que vestir, que moeda usar, quanto vale um produto cotado numa fantômica bolsa que cria pobreza e riqueza num só dia? Todos respondem sempre: é o “sistema”, o “sistema não funciona” e assim por diante...
A proposta de Jesus não é uma “terceira alternativa” a sistemas existentes, como não é uma utópica anarquia. Estruturas mais humanas somente nascem quando os homens são “mais humanos”. Devolver a Deus o que é de Deus é recordar ao homem que ele é “imagem” deste Deus, do Deus que se faz conhecer objetivamente e publicamente na pessoa, nas decisões, nos atos e nas atitudes de Jesus. Devolver a Deus o que é de Deus é o esforço que a Igreja deve e pode oferecer ao mundo. É o empenho constante e atento, delicado e forte de restituir ao homem o sentido da sua existência. A ação da Igreja foge de um intimismo sentimental que começa e termina dentro da pessoa: é uma decisão viva e visível em favor do homem na sua relação com Deus pois, quando uma pessoa possui a paz dentro do seu coração, quando entende o sentido da sua existência, quando se percebe como amado e capaz de fazer o bem, esta pessoa é então capaz de construir relações alternativas, justas, respeitosas daquela dignidade que a pessoa humana possui. Devolver a Deus o que é de Deus é resgatar o homem do “laço” da meia-verdade, da armadilha existencial que pode deixá-lo mais escravo do que o fato de pagar ou não um tributo.