quinta-feira, 13 de novembro de 2008

33º Domingo do Tempo Comum (vocacoes.com.br)

Parábola dos talentosO Evangelho de Mateus (25,14-30) está emoldurado pelo encerramento do Ano Litúrgico de 2008. Neste horizonte, a liturgia propõe-nos uma perícope extraída do discurso escatológico de Mateus 25. A expectativa e a vigilância convertem-se em responsabilidade pela transformação do mundo. A parábola dos talentos ressalta a vigilância como atitude de quem se sente responsável pelo Reino. E quem recebeu talentos e não os faz render, pode ser demitido por "justa causa" do Reino. Por trás da parábola dos talentos, há um tempo de expectativa e de sofrimento. Na época em que Mateus escreveu o Evangelho, muitos cristãos estavam desanimados diante da demora da segunda vinda do Messias. Além disso, o converter-se à fé cristã acarretava perseguição e até morte. As comunidades se esvaziavam e o ardor por Jesus Cristo esmorecia. O Evangelista escreve com o objetivo de reanimar a fé. Jesus apresenta-se como um senhor que, antes de empreender uma viagem, reúne seus empregados e reparte com eles sua riqueza para que a administrem. A um deu cinco talentos, a outro dois, e um ao terceiro: a cada um segundo sua capacidade. E viajou para longe. No retorno, ele pede contas. Os dois primeiros fizeram que os talentos rendessem em dobro. O último devolveu o talento tal qual tinha recebido, pois, com medo de arriscar, havia enterrado o talento. Curioso é o motivo de tal procedimento. Não tomou tal atitude por preguiça, mas por medo da severidade de seu senhor. Em conseqüência, os dois primeiros foram elogiados e recompensados pela eficiente administração e o último foi demitido por justa causa. O terceiro empregado devolvendo ao senhor o talento que recebera, nem mais nem menos, em termos de justiça, está quite. Ele personifica os membros das comunidades que não traduzem em seus relacionamentos os dons recebidos de Deus ou daqueles que, observando rigorosamente a Lei, se consideram perfeitos cumpridores da vontade do Senhor, mas que na verdade desconhecem a exigência fundamental do Messias, que é de gratidão e iniciativa. Por isso, são castigados por sua mediocridade. "Enterrar os talentos" é sinônimo de eximir-se de responsabilidade diante da missão que o Ressuscitado confiou a seus discípulos como suas testemunhas e continuadores da obra que Ele mesmo recebeu do Pai: salvar a humanidade (cf. At 1,6-11). Enterrar os talentos é privar a comunidade de dons de que ela está necessitando. A omissão é um pecado que prejudica a edificação da comunidade. É instalar-se para não correr riscos. Para aqueles que aderiram à fé, não basta serem bons evitando o mal a fim de serem aprovados como solícitos administradores dos bens do Reino. O que se exige deles é a capacidade de correr o risco com a responsabilidade e o compromisso. Jesus alerta as comunidades a viverem o tempo presente em fidelidade ativa como um preparo ao juízo final. Quando voltar, o Senhor recompensará os bons administradores com a salvação - isto é, com a alegria de seu convívio na Jerusalém celeste.

Domingo 33 del Tiempo Ordinario

Las Lecturas de este domingo nos hablan de la parte que nos toca a cada uno de los seres humanos en nuestra propia salvación. Sabemos que la salvación es obra de Dios, por los méritos de Jesucristo y por la acción del Espíritu Santo en nosotros, pero a cada uno de nosotros nos toca una pequeña parte: nuestra respuesta a las gracias que el Señor nos da en cada momento y a lo largo de toda nuestra vida.
Para explicar un poco mejor cuál es la participación divina y cuál es la participación humana en nuestra propia salvación, nos apoyaremos en el acuerdo firmado entre Luteranos y Católicos sobre la Doctrina de la Justificación. ¿Por qué usar este documento? Porque allí queda muy bien especificada la necesidad de nuestra respuesta a la gracia y el hecho de que nuestra santificación (o justificación) es obra de Dios, pero requiere nuestra respuesta.
Dice este documento: “La justificación es obra de Dios Trino ... Sólo por gracia, mediante la fe en Cristo y su obra salvífica, y no por algún mérito, nosotros somos aceptados por Dios y recibimos el Espíritu Santo que renueva nuestros corazones capacitándonos y llamándonos a buenas obras”.
Es decir: Dios nos santifica, sin ningún mérito de nuestra parte, pues el Espíritu Santo, actuando en nosotros, nos capacita para que, respondiendo a la gracia, realicemos buenas obras.
Entrando ya en la Liturgia de la Palabra de este Domingo, vemos que el Evangelio nos trae la famosa parábola de los talentos (Mt. 25, 14-30). En la época de Jesucristo, un “talento” significaba unos 35 kilos de metal precioso. Pero en esta parábola vemos que el Señor usa los talentos para significar las capacidades que Dios da a cada uno de nosotros, las cuales debemos hacer fructificar.
Cristo nos presenta el Reino de los Cielos como un hombre que llama a sus servidores para encargarle sus bienes.

A uno le dio cinco talentos, a otro tres talentos y al último solamente un talento. Los dos primeros duplicaron sus talentos y el último escondió el único talento que le dieron.
Al regresar el amo, los dos primeros son felicitados, se les promete que se le confiarán cosas de mucho valor y se les invita “tomar parte en la alegría de su Señor”. Es decir que los que hicieron fructificar sus talentos llegaron al Reino de los Cielos.
Pero el que no, le fue quitado el talento que guardó sin hacer fructificar y, además, es echado “fuera, a las tinieblas, donde será el llanto y la desesperación”. Es decir, el servidor que no hizo frutos, será condenado igual que un pecador. ¿Por qué?
Porque también es un pecador. Hay un tipo de pecado, llamado “pecado de omisión” que se refiere, no a lo que se ha hecho, sino a lo que se ha dejado de hacer. Y todo aquél que no responde a las gracias recibidas de Dios, peca por omisión.
Dios distribuye sus gracias a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y cuánto quiere. Lo importante no es recibir mucho o poco, más o menos que otro. Esta parábola nos muestra que Dios reparte sus dones en diferentes medidas. Lo importante es saber que Dios da a cada uno lo que necesita para su salvación, y lo da en la forma y en el momento adecuado: “Mi gracia te basta” (2 Cor. 12. 9). “Tú les das la comida a su tiempo. Abres la mano y sacias de favores a todo viviente” (Sal. 145, 15).
Además, Dios exige en proporción de lo que nos ha dado. “A quien mucho se le da, mucho se le exigirá” (Lc. 12, 48). Y lo que nos ha dado es para hacerlo fructificar.
¿Qué espera Dios de nosotros? Que con las gracias que nos da demos frutos de virtudes y de buenas obras. Dicho en otras palabras: El nos da las gracias, y espera que aprovechemos esas gracias. Aprovechar las gracias es crecer en virtudes y en servicio a los demás.
Tomemos, por ejemplo, una de las virtudes que Dios nos ha dado: la Fe, la cual consiste en creer las verdades divinas, simplemente porque El nos las ha revelado, aunque las apariencias nos digan otra cosa.


Esa fe en Dios deberá fructificar al traducirse en una fe más profunda que nos lleva a tener una total confianza en Dios, en sus planes para nuestra vida y en su manera de realizar esos planes.
Además, porque creemos en Dios, sabemos que Dios nos invita a amarnos como El nos ha amado. De allí, entonces, que la fe también debe producir frutos de buenas obras, sobre todo de servicio a los demás.
Sin embargo, es importante recordar siempre esto: sería tonto creer que somos nosotros mismos los que hacemos fructificar nuestros talentos. ¡Qué lejos estamos de la verdad cuando así pensamos!
Otro talento adicional que Dios nos da es la misma capacidad de responder a sus gracias. Por nosotros mismos, sencillamente, no podemos. El ser humano no es capaz por sí mismo de ningún acto que lo santifique. Y con ese talento adicional que Dios nos da de responder a sus gracias, podemos y debemos cooperar en nuestra propia salvación. Es lo que Dios espera de nosotros.
Veamos otros pasajes bíblicos en que El Señor nos recuerda todo esto:
“Nadie puede venir a Mí si el Padre no lo atrae” (Jn. 6, 44). Aquí el Señor nos habla de la necesidad que tenemos de la gracia divina, pues nada podemos por nosotros mismos.
“Yo soy la Vid y mi Padre el Viñador. Si alguna de mis ramas no produce fruto, El la cortará, y poda toda rama que produce fruto para que dé más” (Jn. 15, 1-2). Nos indica la necesidad de cooperar con la gracia divina, dando buenos frutos; de cómo Dios nos capacita para dar aún más frutos, y del riesgo que corremos de no producir frutos.
De allí que en la Aclamación Evangélica cantamos con el Aleluya este llamado del Señor: “Permanezcan en Mí y Yo en ustedes; el que permanece en Mí da fruto abundante” (Jn. 15, 4-5).

“Por la gracia de Dios soy lo que soy; y la gracia que me confirió no ha sido estéril. He trabajado más que todos ellos, pero no yo, sino la gracia de Dios conmigo” (1 Cor. 15, 10). Nos muestra que no somos capaces de nada sin la gracia divina y también la necesidad que tenemos de responder a esa gracia.
“He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe. Ya me está preparada la corona de la santidad, que me otorgará aquel día el Señor, justo Juez” (2 Tim. 4, 7-8). Nos habla de nuestra correspondencia a la gracia y del premio prometido a quienes hagan fructificar la gracia.
La Primera Lectura tomada del Libro de los Proverbios nos habla de la esposa virtuosa. Puede tomarse pensando en la mujer casada, pero puede referirse también a la Iglesia como esposa de Cristo.
La Iglesia - es decir, cada uno de nosotros los cristianos- debemos ser como esa esposa fiel, que sabe trabajar respondiendo a las capacidades que Dios le da, que sabe ayudar al desvalido, que respeta a Dios y que termina siendo “digna de gozar del fruto de sus trabajos”. Es decir, si somos como la esposa virtuosa, podremos llegar a disfrutar del premio prometido: nuestra salvación eterna.
La Segunda Lectura de San Pablo que nos trae la Liturgia de hoy (1 Tes. 5, 1-6) coincide con el final de la parábola de los talentos, en la que el Señor nos dice que cuando El vuelva y nos pida cuentas, los que no hayan dado frutos serán echados fuera del Reino de los Cielos, y los que hayan dado frutos entrarán a gozar de la presencia del Señor.
En su carta San Pablo nos habla de la sorpresa que será la venida del Señor: “El día del Señor llegará como un ladrón en la noche ... o como los dolores de parto a la mujer encinta y no podrán escapar”. Siempre se nos habla de la sorpresa con que nos llegará ese día, por lo que se nos invita a una constante vigilancia.
“En la venida del Hijo del Hombre, sucederá lo mismo que en los tiempos de Noé ... no se daban cuenta hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos” (Mt. 24, 37-39). “Cuando estén diciendo: ‘¡Qué paz y qué seguridad tenemos!’ de repente vendrá sobre ellos la catástrofe” (1 Tes. 5, 3). “Así como el fulgor del relámpago brilla de un extremo a otro del cielo, así será le venida del Hijo del Hombre en su día” (Lc. 17, 24).

Sin embargo, San Pablo nos insiste en que no debemos tener miedo, simplemente debemos estar preparados en todo momento, como nos invitaba la parábola de las vírgenes necias y las vírgenes prudentes.
Así nos dice San Pablo hoy: “A ustedes, hermanos, ese día no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz del día, no de la noche y las tinieblas. Por tanto, no vivamos dormidos ... mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente”.
En resumen, la Palabra de Dios hoy nos invita a vivir vigilantes respondiendo a la gracia que Dios nos da en todo momento. Esta respuesta significa ir creciendo en virtudes y dando frutos de buenas obras. Recordemos que Dios nos otorga su gracia como un tesoro que es necesario poner a producir, pues hacer lo contrario significa la pérdida de ese tesoro y el riesgo de no recibir la salvación eterna.

«Um homem [...] chamou os seus servos e confiou-lhes os seus bens»

São Jerónimo (347-420), presbítero, tradutor da Bíblia, doutor da IgrejaCarta
Este proprietário é, sem dúvida alguma, o próprio Cristo. Após a Sua ressurreição, quando se preparava para regressar vitoriosamente para junto do Pai, chamou os apóstolos e confiou-lhes a doutrina do Evangelho, dando a um mais, a outro menos, nunca demais nem de menos, mas de acordo com as forças daqueles que a recebiam. Da mesma maneira, o apóstolo Paulo afirma que alimentou de leite aqueles que não estavam capazes de tomar alimento sólido (1 Cor 3, 2). [...]Cinco, dois, um talento – são, quer as diferentes graças concedidas a cada um, quer, no primeiro caso, os cinco sentidos, no segundo, a inteligência da fé e das obras, no terceiro, a razão, que nos distingue das restantes criaturas. «O que tinha recebido cinco talentos fê-los render e ganhou outros cinco». Ou seja, a partir dos sentidos físicos e materiais que tinha recebido, fez aumentar o seu conhecimento das coisas celestes; a sua inteligência elevou-se das criaturas até ao Criador, do corpóreo ao incorpóreo, do visível ao invisível, do passageiro ao eterno. «O que recebera dois talentos ganhou outros dois». Também este, na medida das suas forças, duplicou na escola do Evangelho aquilo que tinha recebido na escola da Lei. Ou podemos dizer que compreendeu que a inteligência da fé e das obras da vida presente conduz à felicidade futura.«Mas o que recebera um só talento foi escavar na terra e escondeu o dinheiro do seu senhor». Preso às obras cá de baixo, aos prazeres deste mundo, o servo mau esqueceu os mandamentos de Deus. Notemos que outro evangelista afirma que ele enrolou o talento num pano; podemos entender por isso que suprimiu o vigor dos ensinamentos do mestre com uma vida de moleza e de prazeres. [...]O senhor acolhe os dois primeiros servos – aquele que, dos cinco talentos, tinha feito dez, e aquele que, dos dois talentos, tinha feito quatro – com o mesmo elogio: «Vem tomar parte na alegria do teu senhor», recebe aquilo que «nem o olho viu, bem o ouvido ouviu, nem jamais passou pelo pensamento do homem» (1 Cor 2, 9). Que recompensa maior se pode dar a um servo fiel?

33º Domingo do Tempo Comum (ecclesia.pt)

A liturgia do 33º Domingo do Tempo Comum recorda a cada cristão a grave responsabilidade de ser, no tempo histórico em que vivemos, testemunha consciente, activa e comprometida desse projecto de salvação/libertação que Deus Pai tem para os homens. O Evangelho apresenta-nos dois exemplos opostos de como esperar e preparar a última vinda de Jesus. Louva o discípulo que se empenha em fazer frutificar os «bens» que Deus lhe confia; e condena o discípulo que se instala no medo e na apatia e não põe a render os «bens» que Deus lhe entrega (dessa forma, ele está a desperdiçar os dons de Deus e a privar os irmãos, a Igreja e o mundo dos frutos a que têm direito). Na segunda leitura, Paulo deixa claro que o importante não é saber quando virá o Senhor pela segunda vez; mas é estar atento e vigilante, vivendo de acordo com os ensinamentos de Jesus, testemunhando os seus projectos, empenhando-se activamente na construção do Reino. A primeira leitura apresenta, na figura da mulher virtuosa, alguns dos valores que asseguram a felicidade, o êxito, a realização. O «sábio» autor do texto propõe, sobretudo, os valores do trabalho, do compromisso, da generosidade, do «temor de Deus». Não são só valores da mulher virtuosa: são valores de que deve revestir-se o discípulo que quer viver na fidelidade aos projectos de Deus e corresponder à missão que Deus lhe confiou.
www.ecclesia.pt