quarta-feira, 27 de fevereiro de 2008

Domingo IV de Cuaresma (EMILIANA LÖHREL)

Día de los neófitos, día de los grandes escrutinios. Aperirio aurium, "Apertura de los oídos"; así es como se llamaba. El nuevo hombre, que no ha nacido aún del agua del Bautismo y está todavía encerrado en el seno maternal de la Iglesia, empieza a vivir y a moverse. Bajo la mano creadora de Dios se van formando nuevos miembros en el cuerpo del hombre interior; se abren nuevos sentidos. El hombre, en su interior, empieza a ver y oír cosas que antes no vio ni oyó. Huele, gusta y siente, ve y oye lo sobrenatural, el otro mundo, el mundo de Dios.
Es una nueva obra de creación, una reedificación, una perfección de lo edificado al comienzo. Al principio habló Dios y todo fue creado: Ipse dixit et facta sunt (Sal 148, 5) y "el Espíritu de Dios se mecía sobre la superficie de las aguas" (Gn 1, 2). "Díjose entonces Dios: Hagamos al hombre (Gn 1, 26), y le inspiró en el rostro el aliento de vida" (Gn 2, 7).
El Verbo y el Espíritu, la palabra y el aliento de Dios son los que han creado al mundo y formado al hombre. Son, según San Ambrosio -quien cita a San Ireneo- las poderosas manos creadoras del Padre. Su labor edificadora no ha terminado todavía; continúa ante los ojos de la Iglesia y con el concurso de ésta. Ella es ahora la que tiene en su poder esas manos, puesto que forma un mismo cuerpo con el Verbo hecho hombre. Al principio habló Dios y su palabra, el Verbo, creó al hombre. Hoy habla la Iglesia y su palabra, palabra santa de Dios, crea en el hombre al nuevo hombre interior. La palabra de Dios, el Verbo santo, es lo que entrega hoy la Iglesia a los neófitos: los evangelios, el símbolo de la fe, la oración del Señor. Es la segunda gran traditio ((Véase el miércoles de la 3ª semana de Cuaresma). El oído interior del corazón es tocado por el trueno de esta palabra de Dios y Dios comienza a habitar en los nuevos fieles.
Estos quedan convertidos en un "cielo", en una habitación de Dios. El aliento de su proximidad, el Espíritu de su boca, precediendo a Aquel que viene, expulsa del corazón, en virtud de los exorcismos, a todos los anteriores habitantes, los demonios, para que pueda convertirse en un cielo. "Por la palabra del Señor se asentaron los cielos y por el Espíritu de su boca toda su fuerza" (Sal 32, 6).
Esta era la gran lección de la Liturgia de hoy para los neófitos de la antigua Iglesia: los exorcismos y la entrega de la palabra de Dios. Era el comienzo de la nueva creación, el principio para ellos de una nueva vida, que iba a nacer plenamente por el Bautismo. Aún hoy la Misa del día refleja esta nueva creación y la felicidad de los que van a renacer en las manos creadoras de Dios. Tanto en la primera lección como en el introito tomado de ella, oímos la potente voz de Dios, anunciando su voluntad creadora. Suena como una respuesta a la lección de ayer, a las presiones insistentes de Moisés, a la fuerte llamada que la sangre de Cristo eleva en favor de su pueblo. "Sí, quiero", da Dios por respuesta. Y vemos cómo su brazo extendido con todo poder, su brazo creador y su poderosa mano reúnen en torno suyo a todo su pueblo que se hallaba esparcido por todos los confines de la tierra y es su mano la que le regenera, bautiza y transforma en un pueblo nuevo: en la Iglesia de Dios. (...) Aquí se nos presenta la experiencia personal e individual de cada neófito elevada al orden general de manera grandiosa y sorprendente. Lo ocurrido allí a unos pocos catecúmenos mediante palabras y ritos simplicísimos adquiere una importancia trascendental. Es la realización de la idea creadora, más poderosa y al mismo tiempo más amorosa de Dios: la creación de la Iglesia. Resulta conmovedor ver cómo la Iglesia no cesa de considerar la maravilla de su propia existencia y contemplar cómo, al encontrarse ante una de las mayores manifestaciones de Dios, cae de rodillas llena de asombro y no deja pasar oportunidad alguna de comunicar las grandes cosas que ha obrado en ella el Señor. Es el pueblo de Dios, según quiere manifestarnos la lección de hoy. Es el pueblo de Dios y Dios es de tal modo Señor de este pueblo que habita como principio interior de vida, como aliento de vida, en cada miembro individual de este cuerpo injertándolo en el todo y comunicándole movimiento, de suerte que, como corazón de este pueblo, anima con su vida divina a todos sus miembros.
Como pueblo de Dios, la Iglesia es su cuerpo y El, como Señor de este pueblo, es la vida de su cuerpo. A lo grandioso de esta visión de sí misma que tiene la Iglesia corresponde la gozosa alabanza del segundo gradual: "Dichoso el pueblo que tiene al Señor por su Dios; el pueblo a quien escogió el Señor en herencia para sí" (Sal 32, 12; segundo gradual). Es ésta la verdadera actitud, básica y fundamental en toda oración litúrgica; reconocimiento asombrado y alabanza consciente de la maravilla de Dios en nosotros, que es la Iglesia, criatura suya. Somos el cielo de su gloria, que Dios se ha creado en la tierra. La luz de su santidad es en nosotros el honor de su nombre "ante los pueblos" y nuestra "humilde glorificación" (Himno de vísperas del sábado).
La gran aspiración de la Iglesia en estos días es que se abran los ojos interiores de los neófitos a esta maravilla de la nueva creación de Dios. Así nos lo dan hoy a conocer los textos de la misa. "Venid, hijos, escuchadme y os enseñaré el temor del Señor.
Llegaos y seréis iluminados" (Sal 33, 12, 6; primer gradual), dice a sus nuevos fieles. El hombre nuevo comienza a ser realidad en su interior. Son seres en pleno conocimiento. El versículo del salmo del gradual nos brinda de ello una viva imagen. La vemos ante nosotros tan amable como potentes eran las del introito y de la lección de Ezequiel: la Madre Iglesia, rodeada de los pequeños, de los nuevos seres infantiles. En medio se sienta ella y les enseña el "temor de Dios", esto es: les enseña a asombrarse, a admirarse de la nueva creación mística en que ahora nacen, a temer ante las grandes obras de Dios y ante la gloria de Dios en su Iglesia.
Así como una madre indica y señala a sus tiernos hijos las cosas de la creación visible -el cielo, la tierra, el mar, las estrellas, los árboles, las flores, las nubes del cielo, los manantiales de la tierra, los pájaros, todos los animales y los hombres- así comienza hoy la Iglesia a enseñar a sus hijos los catecúmenos, las maravillas del mundo de la gracia, la belleza de esa tierra mística e invisible que es ella misma. "Llegaos a El y seréis iluminados". Ha de haber en ellos claridad. Ha de formarse en ellos su ojo interior, el órgano con que podrán ver exclusivamente lo celestial y divino. Han de ser la luz divina que inflama el mundo interior del hombre que está unido a Dios. Han de ver y "gustar cuán bueno es Yahvé" (Sal 33, 9).
BAU/ILUMINACION: Antiguamente al Bautismo se le llamaba "iluminación". A esta iluminación, a este encenderse el interior del hombre, es a lo que se refiere el primer gradual y a lo que alude, sobre todo, el pasaje evangélico de la Misa de hoy: la curación del ciego de nacimiento. Los Santos Padres ven en esto un paralelo, más aún, la continuación de la creación de Adán (Véase, por ejemplo, S.Ireneo: Adversus Haereses, V, 15, 2).
CREACION/RECREACION: Al principio, dice el Génesis, formó Dios un cuerpo de barro y le infundió el aliento de vida. Y ahora, en la plenitud de los tiempos, viene el Verbo hecho hombre, la mano derecha del Padre y Creador, para sanar al hombre ciego desde su nacimiento por las tinieblas de Satanás. Y para que no quede lugar a duda de que esto no es sino una continuación de la obra del comienzo, de que Adán siempre, y también en este preciso momento, se encuentra entre las manos creadoras de Dios, cogió también entonces Jesús "lodo de la tierra", formó con él barro y lo extendió sobre los ojos del ciego de nacimiento. Con su saliva, el Dios hecho hombre humedeció la tierra. Lo celestial y lo terreno, la materia de la tierra y la vida de Dios, han de unirse para crear al hombre y para volver a engendrarlo de nuevo.
Pero el instrumento material que representa propiamente la nueva creación, la limpieza de lo viejo, de la ancianidad del pecado, la salud de la ceguera del pecado, es el agua, imagen del Bautismo. Una y otra vez sale a nuestro encuentro, en la liturgia de Cuaresma. "Ve, lávate", dice Jesús, lo mismo que dijo el profeta a Naamán y lo mismo que hoy nos dice otro profeta: "Lavaos, purificaos" (Is 1, 16; segunda lección). El agua quita la enfermedad -lepra y ceguera- de los hombres. El nombre de la piscina indica el carácter místico de esta agua. Se llama missus, "el enviado". Cristo, el Mesías, el enviado del Padre, El mismo es la piscina, como también El, agua de vida, llena los pozos de su Iglesia; su sangre derramada en la cruz es el baño de la salud con que se curan los hombres enfermos y ciegos por el pecado.
La muerte de Cristo es la que nos mereció el Bautismo para remisión de los pecados y para iluminación del corazón. Nos proporciona salud y luz, limpieza de los pecados y fe, "fui, me lavé y vi, y creí en Dios" (Jn 9, 11; comunión), dice, lleno de júbilo, el que estaba ciego por causa del pecado de Adán y que ahora está sanado; lo dicen también jubilosos los neófitos y lo repetimos nosotros todos, bautizados, sanados e iluminados, en la comunión de la misa de hoy.
Un maravilloso cántico de comunión. La Iglesia no podía expresarlo de manera más natural y espontánea, no podía decir mejor su gran fe en la presencia de la obra redentora y de la nueva creación que tiene lugar en cada solemnidad litúrgica. Lo que para los neófitos de aquellos tiempos eran tan sólo promesa, se hace en los fieles, en nosotros, una inmediata realidad, gracias a la presencia mística del sacrificio y al banquete eucarístico; se convierten éstos en un nuevo Bautismo, una nueva iluminación.
Cristo está aquí. En su mano tiene el lodo que proporciona la salud; su santa carne, su cuerpo humano y terreno. Y la misteriosa piscina de Siloé está representada por el cáliz con el agua y sangre preciosísimas que brotaron del costado del Crucificado. Todo está dispuesto para la salvación, para la iluminación. Y he aquí que también nosotros, los ciegos de nacimiento, estamos presentes. Pero ¡con qué facilidad el pecado vuelve de nuevo a enturbiar nuestra vista! Los enigmas de la vida, la confusión de los acontecimientos mundiales, las angustias y contratiempos de nuestra propia existencia nos acongojan. Vemos el poder de las tinieblas y la debilidad de los buenos, y no lo acabamos de comprender. Es que no penetramos hasta el fundamento de la historia, que es donde actúan las manos creadoras del amor divino.
Así, nos llegamos a la santa solemnidad litúrgica, llevamos nuestra ceguera humana, a veces también pecadora, al altar del sacrificio; a las manos del Salvador, a la piscina de Siloé. Y ¿qué ocurre? Lavi et vidi et credidi Deo: "Me lavé, vi y creí en Dios". Púseme a pensar para poder entender. Pero me resulta ciertamente cosa ardua, hasta que haya penetrado en el santuario de Dios (Sal 72, 16-17). Este penetrar en el santuario es la iluminación. Muy clara y transparente resulta la imagen del mundo para los ojos renovados. Aquello que tiene lugar bajo la superficie de lo visible y accidental, se hace visible; la eterna obra creadora, la nueva creación de la Iglesia. Y, ahora que tenemos una visión tan profunda, nuestros pasos, que han dejado de ser guiados por ojos ciegos, no pueden vacilar ya por el camino de Dios aun cuando, aparentemente, triunfe Satanás.
Estamos ya en seguridad; en verdad, poseemos ya la vida. Por eso: "Bendecid, naciones, al Señor Dios nuestro, y haced que se oiga la voz de su alabanza -que profiere su boca-: El es quien dio vida a mi alma y no permitió fluctuaran mis pies. Bendito sea el Señor, que no desechó mi ruego y no ha apartado su misericordia de mí" (Sal 65, 8-9, 20; ofertorio).
EMILIANA LÖHREL AÑO DEL SEÑOREL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO IEDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 381 ss

El segundo escrutinio

El domingo IV de Cuaresma es notable, como se sabe, por diversos motivos: es el domingo "Laetare" -según el título clásico- que anuncia la proximidad de la Pascua, pasada ya la mitad de la Cuarentena; es el segundo domingo de escrutinios, segunda etapa de esta gran experiencia de examen interior y renovador que todos estamos llamados a realizar, en solidaridad con los candidatos al bautismo, incluso si éstos no son visibles en nuestra comunidad, pero que existen ciertamente en la Iglesia, es, en fin, sobre todo en el ciclo A, el domingo "luminoso": las lecturas y la eucología ambientan la celebración en un tono pre-pascual. Por eso, en algunas comunidades se prepara hoy el Cirio pascual, como un elemento más de esta alegría precursora de la Noche santa.
-La liturgia de la palabra
El texto fundamental es el evangelio del ciego de nacimiento, la lectura íntegra del cual es del todo necesaria si se quiere entrar plenamente en la viveza de la narración joánica. Pero centrar la homilía sólo en un aspecto de la narración sería contradecir el uso litúrgico, que escucha el evangelio como el anuncio de aquello que el Señor continúa realizando en los sacramentos de la iniciación cristiana.
En esta ocasión, el texto que acompaña directamente al evangelio no es la primera lectura sino la segunda, del Apóstol, con referencias claramente bautismales. La primera lectura sigue este domingo el itinerario propio de las primeras lecturas de los domingos de Cuaresma: las etapas de la historia salvífica. Al cuarto domingo de Cuaresma corresponde, cada año, una referencia al "reino"; este año, por eso, leemos la narración de la primera unción del rey David: su "elección" por parte de Dios, cuando guardaba los rebaños de su padre. Quizá esta elección de David pueda tener también una referencia catecumenal, en atención a los "elegidos" que se preparan para recibir el bautismo. También el pastoreo de David suscita la imagen del verdadero pastor de Israel, el Señor.
-Síntesis doctrinal
Consideremos aún hoy el prefacio propio de este domingo de escrutinios, y miremos de encontrar el núcleo interpretativo que nos ofrece la liturgia de la Iglesia. El texto se mueve en dos momentos sucesivos, pero íntimamente vinculados: el misterio de Cristo en sí mismo, y la participación sacramental en él. En los dos momentos, el protagonista es "Cristo, Señor nuestro". En los dos momentos, pero la acción de Cristo es vista en función de los hombres.
La primera parte está centrada en el misterio de la encarnación: el Hijo de Dios se ha hecho hombre (No está fuera de lugar recordar que precisamente hoy es el día 25 de marzo, día en que la Iglesia celebra anualmente este misterio, aunque este año, a causa del domingo, se traslade la celebración). La encarnación es vista como una fuerza que conduce hacia la luz, en tanto que la luz-Cristo ha venido a habitar en medio de las tinieblas-linaje humano. El prólogo de san Juan es la referencia de esta idea, y la narración del ciego de nacimiento su verificación. Es interesante notar con qué frecuencia, en la narración, se insiste en hablar de "este hombre" para indicar a Jesús; también es significativa la utilización del barro para dar la vista al ciego, que hace pensar en la narración del Génesis: el hombre "terrenal" es iluminado-recreado por el Enviado, en el bautismo.
Eso nos lleva al segundo momento: el sacramental. Cristo-luz continúa realizando hoy, en la Iglesia, esa iluminación a los hombres, conduciéndolos de las tinieblas a la luz, por medio del baño de regeneración, no como una simple iluminación externa, sino otorgándoles el resplandor de "hijos de adopción": una nueva vida (conviene recordar el tema de la transfiguración). El Hombre nuevo, JC, nos comunica su novedad. El canto litúrgico que san Pablo recoge en la segunda lectura de hoy dice exactamente esto: "Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será tu luz". Los cristianos son luz, como Cristo es luz, viviendo entre los hombres, para iluminarlos. El bautismo es "iluminación".
-Aplicaciones
Si el diálogo con la samaritana conducía a "escrutar" las disposiciones interiores para acoger la oferta del Don del Espíritu hecha por Cristo, la narración del ciego de nacimiento conduce a "escrutar" las zonas de nuestra vida que se resisten a la "iluminación" bautismal y permanecen más o menos tenebrosas. Las dificultades que rodean al ciego en su experiencia de iluminado son, por otro lado, indicativas de situaciones paralelas en nuestras vidas: el cristiano se encuentra fácilmente con reacciones de admiración, de contradicción, de exclusión, de interrogación, incluso de desconocimiento ("No es él, pero se le parece"). Hace falta toda la convicción de la fe para mantener el testimonio, y únicamente dejándonos iluminar más y más por el Señor conseguiremos llevar una vida luminosa.
Esta luz es frágil, también en nuestros tiempos. La Cuaresma es el tiempo propicio para alimentarla: con la Palabra de Dios, con la contemplación personal, con los sacramentos de la Eucaristía y de Penitencia. Hoy, en el contexto de la proximidad de la Pascua, habría que subrayar el valor de una celebración individual de la reconciliación, que sea la actualización del juicio que Cristo ha venido a realizar en este mundo: llevar la luz en medio de las tinieblas, y hacer que los hombres nos demos cuenta de cómo necesitamos esta luz para salir de nuestros pecados y llevar una vida cada vez más luminosa. La oración postcomunión expresa precisamente esta petición.
PERE TENA
MISA DOMINICAL 1990/07

4° Domingo da Quaresma (Pe Antônio Geraldo Dalla Costa)

A Luz

A Liturgia de hoje continua
a CATEQUESE BATISMAL da Quaresma.
- Vimos o símbolo da ÁGUA, com o episódio da Samaritana.
- Hoje prossegue o tema da LUZ, com a cura do cego.
- E veremos o tema da VIDA, com a ressurreição de Lázaro...

As Leituras desse domingo propõem o tema da "Luz" e
mostram a experiência cristã de "viver na Luz".

A 1ª leitura conta a escolha de Davi para rei de Israel e sua unção.
(1Sm 16,1b.6-7.10-13a)
* Lembra-nos a unção que recebemos no dia do Batismo
e que nos constituiu testemunhas da "Luz" de Deus no mundo.

Na 2ª Leitura, São Paulo lembra que os batizados passam das trevas para a Luz e devem viver como filhos da "Luz", praticando as obras de Deus. (Ef 5,8-14)

No Evangelho, Jesus se apresenta como a "Luz do Mundo",
que veio libertar os homens das trevas. (Jo 9,1-41)

São João costuma tomar um fato da vida de Jesus como ponto de partida
para desenvolver um tema básico da mensagem cristã.
A cura do cego descreve o processo de fé de um homem,
que vai passando das trevas da cegueira, para a luz da visão,
e desta para a Luz da fé em Cristo.
O "Cego" é um símbolo de todos os homens que vivem na escuridão,
privados da "luz", impedidos de chegar à plenitude da vida.

+ Tudo começa com uma PERGUNTA dos discípulos a Jesus:
- "Por que esse homem nasceu cego?"
Seria castigo de Deus? Quem pecou?
- Jesus RESPONDE: "Nem ele, nem seus Pais pecaram..."
E continua a sua resposta, passando das palavras aos atos.

Na CURA, para dar a "Luz" ao cego, Jesus usa um método esquisito:
Com saliva faz barro na terra, unge com esse barro os olhos do cego e
manda lavar-se na piscina de Siloé.
A cura não é imediata: requer a cooperação do enfermo.
- A disponibilidade do cego sublinha a sua adesão à proposta de Jesus.
- O banho na piscina do "enviado" é uma alusão à "Água de Jesus".
- Lembra também a água do BATISMO para quem quiser sair das trevas
para viver na luz, como Filhos de Deus...

Depois, o Evangelho coloca em cena vários PERSONAGENS:

- Os VIZINHOS percebem o dom da vida que vem de Jesus,
mas não dão o passo definitivo para ter acesso à Luz.
Representam os que percebem a proposta libertadora de Jesus,
mas não estão dispostos a sair da sua vidinha, para ir ao encontro da "luz".
- Os FARISEUS conhecem a "luz", mas se recusam em aceitá-la.
Acusam-no de transgredir a lei do sábado e expulsam o cego da sinagoga.
Representam aqueles que conhecem a novidade de Jesus,
mas não estão dispostos a acolhê-lo e até hostilizam os seus seguidores.

- Os PAIS constatam o fato, mas evitam comprometer-se...
É a atitude de MEDO dos que não tem coragem de passar das trevas para a Luz.
Preferem a segurança da ordem estabelecida, do que correr riscos...

- O CEGO é questionado pelas AUTORIDADES sobre a origem de Jesus.
E ele, como "pessoa iluminada", mostra-se: Livre (diz o que pensa...);
corajoso (não se intimida); sincero (não renuncia à verdade);
suporta a violência (é expulso da sinagoga).

- JESUS reaparece no fim: vai ao seu encontro, inicia um DIÁLOGO,
que culmina com um belo ato de fé do cego: "Eu creio, Senhor".

+ A Transformação do cego é progressiva:
- Antes de se encontrar com Jesus, é um homem prisioneiro das "trevas",
dependente e limitado. "Não sabe quem o curou"...
- Depois, a "luz" vai brilhando aos poucos na sua vida.
Forçado pelos dirigentes a renegar a "luz" e a liberdade recebida,
recusa-se a regressar à escravidão...
- Finalmente, encontrando-se com Jesus,
que lhe pergunta: "Acreditas no Filho do Homem",
manifesta sua adesão total: "Creio, Senhor". Prostra-se e o adora.

* Este percurso é símbolo do "caminho" do CATECÚMENO.
O primeiro passo é o encontro com Jesus;
depois, manifesta a sua adesão à "luz" e vai amadurecendo a sua descoberta... Torna-se, aos poucos, um homem livre, sem medo, confiante;
e esse "caminho" desemboca na adesão total a Jesus,
ao ser lavado pelas águas batismais.

Nesta Quaresma, somos convidados a viver a experiência catecumenal,
renovando o nosso Batismo, mediante o Sacramento da Penitência.

Assim iluminados por Cristo, seremos reflexo dessa luz,
construindo um mundo de amor, de justiça e de Paz.

E a Páscoa de fato acontecerá na vida de cada um de nós...

O que podemos fazer para que isso aconteça?
Como o cego, renovemos a nossa fé, cantando:
Creio, Senhor...

02.03.2008

DOMINGO 4 del Tiempo de Cuaresma - Ciclo "A"

El Evangelio de hoy nos habla de la sanación que hace Jesús a un ciego de nacimiento (Jn. 9, 1-41). Y en la Segunda Lectura (Ef. 5, 8-14), tomada de la Carta de San Pablo a los Efesios, podemos ver el significado espiritual de la ceguera y de la recuperación de la vista.
Nos dice San Pablo: En otro tiempo estaban en la oscuridad -en las tinieblas-, pero ahora, unidos al Señor, son luz. En efecto, la oscuridad en que vivía el ciego representa las tinieblas del pecado, la oscuridad causada por la ausencia de la gracia de Dios. Y la luz que entra en la vista del ciego recién sanado por el Señor es la vida de Dios en nosotros; es decir, la gracia.
Antes de analizar más detalladamente el simbolismo de pecado/oscuridad y de gracia/luz, veamos en primer lugar el milagro mismo. Jesucristo, como sabemos, realizó muchos milagros de sanación. Y si los analizamos con detenimiento, podemos darnos cuenta que cada uno de estos milagros fue hecho en forma diferente: a unos sanaba porque se lo pedían; otros, como el caso de este ciego, ni siquiera se lo pidió. A unos sanaba tocándolos o dándoles la mano; a otros porque más bien lo tocaban a El, y a otros sanó, sin siquiera tenerlos en su presencia. Con unos usaba palabras, con otros algunas sustancias. Unos se curaban enseguida y otros un tiempo después.
Todo esto vale para decir que el Señor es libérrimo en la forma como El escoge para hacer su labor. Lo que sí es común a todas las curaciones hechas por Jesús es que lo más importante era la sanación que ocurría en el alma del enfermo: su curación tenía una profunda consecuencia espiritual. El Señor no hace una sanación física, sin tocar profundamente el alma. Y cuando el Señor sana directamente es para que se manifieste en la persona la gloria y el poder de Dios. Y sana no sólo para que el enfermo sanado crea en Dios y cambie, sino también las personas a su alrededor.
Sin embargo, sabemos que no todo enfermo es sanado. ¿Significa que la enfermedad es un mal? ... Mientras dure el mundo presente, seguirán habiendo enfermedades, las cuales -ciertamente- son una de las consecuencias del pecado original de nuestros primeros progenitores. Pero Jesús, con su Pasión, Muerte y Resurrección, le dio valor redentor a las enfermedades -y a todo otro tipo de sufrimiento.
Es decir, el sufrimiento bien llevado, aceptado en Cristo, sirve para santificarnos y para ayudar a otros a santificarse. No es que sean fáciles de llevar las enfermedades -sobre todo algunas de ellas- pero son oportunidades para unir ese sufrimiento a los sufrimientos de Cristo y darles así valor redentor.
Y ¿qué es eso de “valor redentor”? Nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, pueden servir para nuestra propia santificación o para la santificación de otras personas, incluyendo nuestros seres queridos.
Es por ello que después de Cristo, ya los enfermos no son considerados como personas malditas por el pecado propio o de sus padres, como sucedía antes de la venida del Señor. De allí la pregunta de los Apóstoles al encontrarse al ciego: “¿Quién pecó para que éste naciera ciego, él o sus padres?”, a lo que Jesús responde: “Ni él pecó ni tampoco sus padres. Nació así para que en él se manifestaran las obras de Dios”.
Las enfermedades más graves no son las del cuerpo, sino las del alma. Por eso decíamos que la sanación fundamental es la sanación interior. Esta puede darse, habiéndose sanado el cuerpo o no. ¡Cuántos enfermos no hay que se santifican en su enfermedad! ¡Cuántos santos no hay que se han hecho santos a raíz de una enfermedad o durante una larga enfermedad!
En el caso del ciego de nacimiento del Evangelio de hoy, vemos que este hombre fue de los que ni siquiera pidió ser sanado, sino que viéndolo Jesús pasar, se detiene y, haciendo barro con saliva y tierra del suelo, lo colocó en sus ojos, ordenándole que luego se bañara en la piscina de Siloé. Efectivamente, el hombre comienza a ver al salir de agua. Pero notemos que el cambio más importante se realiza en su alma.
Veamos cómo se comporta al ser interrogado por los enemigos de Jesús. Sus respuestas las da con mucha convicción y con tal simplicidad e inocencia, que por la precisión y la lógica que hay en ellas, deja perplejos a quienes con mala intención tratan de hacer ver que Jesús no venía de Dios, pues lo había curado en sábado, día en que los judíos no podían hacer ningún tipo de trabajo.
Resulta refrescante oír la respuesta del ciego que ya no lo es, cuando los fariseos lo forzan a decir que Jesús es un pecador. Responde el ciego, primero inocentemente: “Si es pecador, yo no lo sé; sólo sé que yo era ciego y ahora veo”. Continúa luego con mucha “claridad” y convicción: “Sabemos que Dios no escucha a los pecadores, pero al que lo teme y hace su voluntad, a ése sí lo escucha ... Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”.
Termina el ciego de nacimiento por postrarse ante Jesús, reconociéndolo como el Hijo de Dios, en cuanto Jesús le revela Quién es El. Como decíamos, lo más importante es la gracia que acompaña a todo contacto con Cristo. El ciego, que ya no lo es, cree en Jesús y confía en El. Y cuando Jesús se le revela como el Hijo del hombre, es decir, el Mesías esperado, el ciego que ahora ve cree lo que el Señor le dice y, postrándose, lo adoró.
La Primera Lectura (1 Sam. 16, 1.6-7.10-13) nos narra la escogencia de David para ser ungido por el Profeta Samuel como Rey.
David, antepasado de Cristo, es prefiguración del Mesías. David es ungido en Belén, que pasa entonces a ser, la ciudad de David. Y también la ciudad donde habría de nacer Jesús, el Mesías.
David era pastor. De hecho, estaba pastoreando cuando Samuel, instruido por Dios, va en busca del Rey que va a ser ungido. Y David, que antes pastoreaba ovejas, ahora es encargado para ser pastor del pueblo de Israel (cf. 2 Sam. 5, 2), prefiguración también de Jesús, el Buen Pastor. Pastor de nosotros, sus ovejas. Pastor de ese rebaño que es la Iglesia, el nuevo pueblo de Israel.
De allí que la Liturgia nos presente el Salmo 22, el conocidísimo y gran favorito de entre los Salmos: El Señor es mi Pastor, nada me falta.
Y concluye el Evangelio con una advertencia del Jesús para todos aquéllos que, como los Fariseos, creemos que vemos y que no necesitamos que Jesús nos cure nuestra ceguera: “Yo he venido a este mundo para que se definan los campos: para que los ciegos vean, y los que ven queden ciegos”. Preguntaron entonces si estaban ciegos. Y Jesús les dice: “Si estuvieran ciegos” (es decir, si se dieran cuenta de su ceguera) “no tuvieran pecado. Pero como dicen que ven, siguen en su pecado”.
¡Cuidado que así podríamos estar nosotros: diciendo que vemos, creyendo que vemos, y no dejamos que el Señor nos sane, pues ya creemos que sabemos todo, y preferimos quedarnos en una luz que no es luz, sino que es oscuridad!
El Señor habla de “definición de campos”. ¿Cuáles son esos campos? Luz y tinieblas. Dios y demonio. Gracia y pecado. Y San Pablo no dice que, “unidos al Señor, podemos ser luz”. Y nos habla de los frutos de la Luz: “bondad, santidad, verdad”. Cristo se identifica así: “Yo soy la Luz del mundo ... El que me sigue, no camina en tinieblas”.
Seguir a Cristo es no sólo creer en El, sino actuar como El; es decir, en total acuerdo con la Voluntad del Padre. Así, haciendo sólo lo que es la Voluntad de Dios, pasaremos de la oscuridad de nuestra ceguera a la Luz de Cristo, para ser nosotros también luz en este mundo tan oscuro de las cosas de Dios y tan ciego para verlas.

Quarto Domingo da Quaresma (www.agencia.ecclesia.pt)

As leituras deste Domingo propõem-nos o tema da “luz”. Definem a experiência cristã como “viver na luz”.No Evangelho, Jesus apresenta-se como “a luz do mundo”; a sua missão é libertar os homens das trevas do egoísmo, do orgulho e da auto-suficiência. Aderir à proposta de Jesus é enveredar por um caminho de liberdade e de realização que conduz à vida plena. Da acção de Jesus nasce, assim, o Homem Novo – isto é, o Homem elevado às suas máximas potencialidades pela comunicação do Espírito de Jesus.Na segunda leitura, Paulo propõe aos cristãos de Éfeso que recusem viver à margem de Deus (“trevas”) e que escolham a “luz”. Em concreto, Paulo explica que viver na “luz” é praticar as obras de Deus (a bondade, a justiça e a verdade).A primeira leitura não se refere directamente ao tema da “luz” (o tema central na liturgia deste domingo). No entanto, conta a escolha de David para rei de Israel e a sua unção: é um óptimo pretexto para reflectirmos sobre a unção que recebemos no dia do nosso Baptismo e que nos constituiu testemunhas da “luz” de Deus no mundo.