sexta-feira, 21 de novembro de 2008

Solemnidad de Cristo Rey

Hoy es el último domingo del Año Litúrgico, el cual finaliza celebrando a Cristo como Rey del Universo, fiesta solemne instaurada por el Papa Pío XI en 1925.


El Reinado de Cristo -que es lo mismo que el Reino de Dios- viene mencionado muchas veces en la Sagrada Escritura. Cristo nos dice que su Reino no es de este mundo. Sin embargo, sabemos que su Reino también está en este mundo. Pero su Reino no es terrenal, sino celestial; no es humano, sino divino; no es temporal, sino eterno.
Su Reinado está en medio del mundo, porque está en cada uno de nosotros. O, mejor dicho: está en cada uno de nosotros cuando estamos en gracia; es decir, cuando Cristo vive en nosotros y así permitimos que el Señor sea Rey de nuestro corazón y de nuestra alma, cuando le permitimos a Jesucristo reinar sobre nuestra vida.
Si Cristo es nuestro Rey, nosotros somos sus súbditos. Tendríamos, entonces, que preguntarnos ¿qué hace un súbdito? ¿Qué hace un subalterno? Hace lo que desea y lo que le indica su Rey, su Jefe. Por eso decimos que el Reinado de Cristo está dentro de nosotros mismos, pues Cristo es verdadero Rey nuestro cuando nosotros hacemos lo que El desea y lo que El nos pide.
Y ¿qué nos pide ese Rey bondadosísimo que es Cristo, este Pastor amorosísimo que nos presentan las Lecturas de hoy? El nos pide lo que más nos conviene a nosotros. Y lo que más nos conviene a nosotros es hacer la Voluntad del Padre. En eso consiste el Reinado de Cristo en cada uno de nosotros: en que hagamos la Voluntad de Dios.
No en vano Jesucristo nos enseñó a decir en el Padre Nuestro: “Venga tu Reino” y seguidamente: “Hágase tu voluntad”. Es así, entonces, como el Reinado de Cristo comienza por nosotros mismos: cuando comenzamos a buscar hacer la Voluntad de Dios.
Las Lecturas de este último domingo del Año -del Año Litúrgico- nos invitan a reflexionar sobre el establecimiento del Reinado de Cristo en el mundo.
La Primera Lectura del Profeta Ezequiel (Ez. 34, 11-12 y 15-17) nos habla del momento en que “se encuentren dispersas las ovejas” y de cómo Jesús, el Buen Pastor atenderá a cada una: “Buscaré a la perdida y haré volver a la descarriada; curaré a la herida, robusteceré a la débil, y a la que está gorda y fuerte, la cuidaré”.
Y termina la lectura hablando del día del Juicio Final: “He aquí que voy a juzgar entre oveja y oveja, entre carneros y machos cabríos”.
En este anuncio del Juicio Final que hace Jesucristo en el Evangelio de hoy (Mt. 25, 31-46), El comienza con esa profecía de Ezequiel: “Entonces serán congregadas ante El todas las naciones, y El apartará a los unos de los otros ... a las ovejas de los machos cabríos”.
La profecía de Ezequiel también nos remite a otro Profeta del Antiguo Testamento: el Profeta Zacarías (Zc. 13, 7 y 14, 1-9) quien igualmente nos habla del día final, anunciando la dispersión del rebaño:
“Heriré al Pastor y se dispersarán las ovejas ... dos tercios serán exterminados y sólo se salvará un tercio. Echaré ese tercio al fuego, lo purificaré como se hace con la plata, lo pondré a prueba como se prueba el oro. El invocará mi Nombre y Yo lo escucharé. Entonces Yo diré: ¡Este es mi pueblo!, y él, a su vez dirá: “¡Yavé es mi Dios!”.
El Salmo no podía ser otro que el #22, el del Buen Pastor. “El Señor es mi Pastor, nada me falta ...”. Porque Jesús, antes del día del Juicio Universal, antes de venir a establecer su Reinado definitivo, cuida a cada una de sus ovejas, como nos dice la Primera Lectura y como nos indica este Salmo, favorito de muchos.

La Segunda Lectura (1 Cor. 15, 20-28) nos habla también del momento del establecimiento del Reino de Cristo. Nos habla de que su resurrección es primicia de la nuestra. Nos habla, también, de que en el momento de su venida, Cristo aniquilará todos los poderes del Mal, someterá a todos bajo sus pies, para luego entregar su Reino al Padre. Y así Dios será todo en todas las cosas.
El Evangelio de hoy es el famoso pasaje sobre el Juicio Universal o Juicio Final: “tuve hambre y me diste de comer ... tuve sed y me diste de beber ...”. ¿Significa, entonces, que sólo seremos juzgados con relación a lo que hayamos hecho o dejado de hacer al prójimo?
Para comentar el sentido completo del Juicio Universal, citamos al Teólogo Dominico, Antonio Royo Marín, quien en su libro “Teología de Salvación” nos dice lo siguiente acerca de esta cita evangélica:
“A juzgar por la descripción del juicio final hecha por el mismo Jesucristo ... pudiera pensarse que sólo se nos juzgará sobre el ejercicio de la caridad para con el prójimo ... Pero todos los exégetas católicos están de acuerdo en que esas expresiones las usa el Señor únicamente por vía de ejemplo -y acaso también para recalcar la gran importancia de la caridad- pero sin que tengan sentido alguno exclusivista”.
Es conveniente, entonces, recordar que los seres humanos, una vez dejada nuestra existencia terrenal o temporal, pasaremos por dos juicios: el Juicio Particular, que tiene lugar en el mismo momento de nuestra muerte, y el Juicio Universal que sucederá al final de los tiempos, precisamente cuando Cristo vuelva glorioso a establecer su reinado definitivo.
Ahora bien, ¿qué diferencia hay entre ambos juicios? Lo primero que debe destacarse es que no habrá discrepancia entre ambos. En el Juicio Final será ratificada la sentencia que cada alma recibió en el Juicio Particular.
Lo que sucede es que el Juicio Particular será para la conciencia moral individual. Se referirá al aprovechamiento o desperdicio que hayamos hecho de las gracias recibidas a lo largo de nuestra vida terrena. Y el Juicio Universal será sobre la influencia que hayan tenido el bien o el mal que cada uno haya hecho o dejado de hacer en otras personas, en la humanidad, en la historia de la salvación,
Dicho en otras palabras: el Juicio Particular se referirá a la conciencia individual y el Juicio Final se referirá a las consecuencias sociales de nuestros pecados. De allí que el Señor, al describirnos el Juicio Final, se refiera a las obras de misericordia, a lo que comúnmente llamamos obras de caridad.
Quiere decir, entonces, que seremos juzgados sobre cómo hemos amado: cómo hemos amado a Dios y cómo ese amor de Dios se ha reflejado en nuestro amor a los demás.
Cierto que el Señor nos ha dicho que al que mucho ama (cfr. Lc. 7, 47) mucho se le perdona, pero es bueno recalcar que seremos juzgados por todas nuestras acciones: en la Fe, en la Esperanza, en la Caridad, en la humildad, etc., etc. Es decir: en todas las virtudes; también, en las acciones y en las omisiones, en lo pensado, en lo hablado y en lo actuado, en lo oculto y en lo conocido. En todo.
Veamos lo que nos dice la última frase del Libro del Eclesiastés sobre el Juicio: “Dios ha de juzgarlo todo, aun lo oculto, y toda acción, sea buena o sea mala” (Ecl. 12, 14). Esta idea también la menciona San Pablo: “Puesto que todos hemos de comparecer ante el Tribunal de Cristo, para que reciba cada uno según lo que hubiere hecho, bueno o malo” (2 Cor. 5, 10).
Una vez juzgados por Cristo justo Juez, cuando vuelva en la Parusía a resucitarnos como El resucitó y a separar a los salvados de los condenados, Cristo Rey del Universo establecerá su reinado definitivo. Entonces “Dios será todo en todos”.
En el Prefacio de la Misa de Cristo Rey del Universo rezamos que el Reino de Cristo es un Reino de Verdad, de Vida, de Santidad, de Gracia, de Justicia, de Amor y de Paz. Así será el Reino de Cristo cuando El vuelva glorioso a establecerlo definitivamente para toda la eternidad.
Pero, mientras tanto, mientras estamos preparándonos para su venida definitiva, mientras viene Cristo como Rey Glorioso, podemos y debemos propiciar ese reinado en nuestro corazón y en medio de nosotros.
Y podrá ser un Reino de Verdad si nuestro entendimiento queda libre de errores y es iluminado por la Sabiduría Divina.
Podrá ser un Reino de Vida si Cristo vive en nosotros por medio de la gracia divina que recibimos especialmente en la Sagrada Eucaristía y en la oración.
Podrá ser un Reino de Santidad si dejamos que Cristo nos santifique, siendo dóciles a las inspiraciones de su Santo Espíritu.
Podrá ser un Reino de Gracia si sabemos acoger las gracias que Cristo nos da de tantas maneras, respondiendo con frutos de buenas obras.
Podrá ser un Reino de Justicia, Amor y Paz en la medida en que los seres humanos, súbitos de Cristo Rey, busquemos y hagamos la Voluntad Divina, pues de esa manera las relaciones entre los hombres serán regidas por ese Rey que nos comunica su Verdad, su Vida, su Gracia, su Santidad, su Justicia, su Amor y su Paz.
Precisamente ese fue le propósito que tuvo el Papa Pío XI al establecer esta Fiesta: que el Reinado de Cristo -comenzando por cada uno de nosotros los Católicos- se extendiera de cada individuo a cada familia, de cada familia a la sociedad, de la sociedad a las naciones, de las naciones al mundo entero. Esa es nuestra obligación como súbditos de Cristo, Rey del Universo.

Vinde, benditos de meu Pai...

São Nicolau Cabasilas (c. 1320-1363), teólogo leigo grego
A Vida em Jesus Cristo, Livro 4, 93-97; 102
«Vinde, benditos de meu Pai, recebei como herança o reino que vos está preparado desde a criação do mundo»
«Depois de haver completado a purificação dos pecados, sentou-Se à direita da majestade divina nas alturas» (Heb 1, 3). [...] Foi, pois, para nos servir que Ele veio de junto de Seu Pai a este mundo. E o cúmulo é que não é apenas no momento em que aparece nesta terra, revestido da enfermidade humana, que Se apresenta sob a forma de escravo, escondendo a Sua qualidade de senhor; será também mais tarde, no dia em que vier com todo o Seu poder e aparecer em toda a glória de Seu Pai, aquando da Sua manifestação. Quando vier no Seu reino, «cingir-Se-á, mandará que se ponham à mesa e servi-los-á» (Lc 12, 37). Eis Aquele pelo Qual reinam os soberanos e governam os príncipes!É assim que Ele há-de exercer a Sua realeza, verdadeira e sem mancha [...]; é assim que Ele domina aqueles que submeteu ao Seu poder: mais amável que um amigo, mais equitativo que um príncipe, mais terno que um pai, mais íntimo que os membros, mais indispensável que o coração. Ele não Se impõe pelo medo, nem submete através do salário. Somente em Si mesmo encontra a força do Seu poder, apenas prende os que Se lhe submetem. Porque reinar pelo medo ou com vista a um salário não é governar por si mesmo, mas pela esperança do lucro ou pela ameaça. [...]É preciso que Cristo reine em sentido próprio; qualquer outra autoridade é indigna Dele. Ele soube chegar a este ponto por uma via extraordinária [...]: para Se tornar o verdadeiro Senhor, abraça a condição de escravo e torna-Se servo de escravos, até à cruz e à morte; e assim arrebata a alma dos escravos e apodera-Se directamente da vontade deles. Sabendo que é esse o segredo deste modo de reinar, Paulo escreve: «Humilhou-Se a Si mesmo, feito obediente até à morte, e morte de cruz. Por isso é que Deus O exaltou» (Fil 2, 8-9). [...] Pela primeira criação, Cristo é senhor da natureza; pela nova criação, tornou-Se senhor da nossa vontade. [...] É por isso que Ele diz: «Foi-Me dado todo o poder no céu e na terra» (Mt 28, 18).

Cristo Rei (ecclesia.pt)

No 34º Domingo do Tempo Comum, celebramos a Solenidade de Jesus Cristo, Rei e Senhor do Universo. As leituras deste domingo falam-nos do Reino de Deus (esse Reino de que Jesus é rei). Apresentam-no como uma realidade que Jesus semeou, que os discípulos são chamados a edificar na história (através do amor) e que terá o seu tempo definitivo no mundo que há-de vir. A primeira leitura utiliza a imagem do Bom Pastor para apresentar Deus e para definir a sua relação com os homens. A imagem sublinha, por um lado, a autoridade de Deus e o seu papel na condução do seu Povo pelos caminhos da história; e sublinha, por outro lado, a preocupação, o carinho, o cuidado, o amor de Deus pelo seu Povo. O Evangelho apresenta-nos, num quadro dramático, o «rei» Jesus a interpelar os seus discípulo acerca do amor que partilharam com os irmãos, sobretudo com os pobres, os débeis, os desprotegidos. A questão é esta: o egoísmo, o fechamento em si próprio, a indiferença para com o irmão que sofre, não têm lugar no Reino de Deus. Quem insistir em conduzir a sua vida por esses critérios, ficará à margem do Reino. Na segunda leitura, Paulo lembra aos cristãos que o fim último da caminhada do crente é a participação nesse «Reino de Deus» de vida plena, para o qual Cristo nos conduz. Nesse Reino definitivo, Deus manifestar-se-á em tudo e actuará como Senhor de todas as coisas (vers. 28).
www.ecclesia.pt

Solenidade de Cristo Rei do Universo

O último julgamento No último Domingo do Ano Litúrgico, temos uma parábola retirada da vida cotidiana dos pastores. O Senhor será nosso juiz agindo como o pastor que, ao anoitecer, separa as "ovelhas dos cabritos". Tal passagem nos faz recordar a parábola do joio e do trigo que crescem juntos, mas na hora da colheita são separados (Mt 13,24-30). Ou dos pescadores que na praia separam os peixes bons dos ruins (Mt 13,47-50). O Filho do Homem, juiz da história, reconhecido como Rei, faz a declaração final: salvação para uns e condenação eterna para outros. O critério de avaliação final surpreende tanto os bons quanto os maus: "Senhor, quanto foi que te vimos...". A prática do amor e da misericórdia para com os irmãos é o critério de participação ou de exclusão do Reino de Cristo. O Rei chamará de "abençoados por meu Pai" (benditos) aqueles que, como Ele, foram em busca dos pecadores, curaram as feridas de tantos desalentados, restituíram a saúde a quem precisava e zelaram pelos enfraquecidos, famintos, desabrigados e oprimidos. Segundo o evangelista Mateus, seremos julgados por nossa capacidade de praticar a justiça e a misericórdia, sendo fiéis e criativos em traduzir o amor em gestos concretos de solidariedade. Notemos que Jesus, o Senhor do universo, fala de realidades bem concretas e vitais: comer, beber, vestir, visitar etc., ou seja, se nos dedicamos a criar condições favoráveis à justiça e à vida digna. O que qualifica a nossa vida não é tanto o que dizemos, mas aquilo que praticamos, em nosso dia-a-dia. O julgamento que acontecerá com Deus, na realidade é o ápice do encontro com Deus que veio e que vem em Jesus na pessoa de irmão, especialmente nos mais pequeninos e excluídos. Jesus identifica-se com os necessitados: famintos, sedentos, forasteiros, nus, enfermos, encarcerados. "Sempre que fizestes isto a um destes meus irmãos mais pequeninos, a mim mesmo o fizestes" (Mt 25,40). "Amor a Deus e amor ao próximo fundem-se num todo: no mais pequenino, encontramos o próprio Jesus e, em Jesus, encontramos Deus" (Bento XVI, Deus Caritas est, 15). O Evangelho de Mateus (25,31-44) é, pois, um alerta para a sociedade que cada vez mais cultua o mercado, a propriedade, o dinheiro aplicado, o crescimento do PIB, o aumento das exportações, o rigor fiscal, o consumo de bens etc., sem a menor preocupação com as pessoas (salvo algumas exceções), com os sem-escola, os sem-saúde, os sem-terra, os sem-teto e os sem-identidade. Isto é uma sociedade que descuida daqueles que têm fome, sede e são imagens vivas de Cristo. Serão premiados com o Reino definitivo aqueles que na existência se ocuparam na promoção e na defesa da dignidade de quem passava fome e sede e soube acolher os peregrinos etc. Proclamemos a realeza de Cristo Ressuscitado pela vivência do amor misericordioso para com todos, particularmente os pobres e excluídos. Sejamos gratos pelo litúrgico que se encerra!

Solenidade de Cristo

Com a leitura deste trecho, o Evangelista Mateus encerra a narração das obras, dos milagres e das palavras de Jesus. É como se com esta última imagem Jesus quisesse completar tudo quanto era em sua intenção revelar-nos sobre Si, sobre o Pai e sobre o homem. Da mesma forma a liturgia nos propõe o mesmo trecho como encerramento do ano litúrgico em que celebramos e revivemos a presença de Cristo hoje, em sua Igreja.
O texto é apresentado segundo um clichê muito comum no Antigo Testamento, na mesma forma com que os profetas, em determinados momentos da história de Israel, queriam fazer um balanço da caminhada e das relações entre Deus que propõe e o homem que responde (assim, por exemplo, Is. 41; Jer. 2 etc.). A forma é aquela de um julgamento.
Porque um julgamento? Pois bem, os profetas sempre se colocaram diante de Israel como espelhos da verdade, ou seja, como testemunhas de que o projeto de Deus irá se realizar, independentemente de qualquer inimigo tanto humano quanto demoníaco; isto porque possui força própria e terá exatamente o desfecho que Deus tem previsto, mesmo que o homem queira tirar o próprio Deus de sua história.
A vida, a história humana e a história salvífica são algo de objetivo; elas não mudam porque nós achamos que.... ; elas são superiores a qualquer homem e qualquer ideologia.
Num mundo subjetivista como o nosso, é facílimo iludir-se de que a realidade que nos captamos e o que não cai sob os nossos sentidos, seja a única; o resto simplesmente... não existe! O esquema do “julgamento” adotado pelos profetas e por Jesus, nos recorda que a verdade é uma só. É diante desta verdade objetiva, que leva em consideração todos os homens (e não somente alguns) com seus dramas e situações, que cada um verá e conhecerá a si mesmo.
Segundo a imagem que o Evangelho nos propõe o julgamento é instaurado em forma definitiva; a expressão «sentar no trono» é própria da situação em que se emite uma sentença definitiva com toda a autoridade. Tanto que seja aceito quanto que seja recusado pelo homem, Jesus sentará em seu trono como “Filho do homem”. Esta nomenclatura um pouco estranha é a única que Jesus gosta de aplicar a si mesmo; tem suas origens no livro de Daniel (cap. 7) e indica um personagem esperado para os tempos definitivos, um personagem escatológico que une em si mesmo a dimensão humana e a origem divina. O “Filho do homem” será o mediador do julgamento definitivo -segundo Daniel- pois, ele possui o poder da verdade a qual é única capaz de desmascarar o que é falso, ilusório, passageiro. Jesus compreende a sua inteira vida à luz do julgamento definitivo sobre a mentira, julgamento que será realizado demonstrando ao mundo até que ponto se pode amar: esta é a verdade e sobre esta também o mundo pronunciará um juízo sobre si mesmo.
Desta sua posição de Filho do homem, Jesus irá exercer também um julgamento. Vamos acompanhar a leitura do texto.
Diante do Rei está todo e cada homem (“todas as gentes”, diz o Evangelho), os que conheceram o Evangelho e os que nada sabiam de Jesus. Ele separará duas categorias de pessoas; a uns chama para viver do reino preparado pelo Pai desde a eternidade, para partilhar da vida do Pai; a outros expulsa deste projeto uma vez que este mesmo projeto não fez parte de suas vidas. Cada um encontrará em modo definitivo o que buscou. Este é o julgamento. Mas qual o critério de julgamento?
Sem dúvida não se trata de ações grandiosas, o Evangelho fala de coisas quotidianas, da vida comum do homem comum. Não são as grandes coisas que se tornam critério de avaliação, talvez se trate de algo mais.
Mesmo que aparentemente se enumerem algumas das ações das obras de bondade que são praticadas pelo “justo” (são estas as ações próprias do homem que segue o caminho com Deus, obras que vêm da tradição de Isaias e do livro de Jó) de fato a sentença não é emitida em base à quantia de obras realizadas. Não somos “benditos do Pai” porque fazemos obras; esta convicção era tipicamente farisaica e reprovada inúmeras vezes por Paulo -como nas cartas aos Colossenses ou a Tito. Podemos perceber que, tanto os que cumpriram as obras quanto os que deixaram de cumpri-las, fizeram a mesma pergunta: «quando é que nós fizemos.... (deixamos de fazer)?» Uns e outros não se deram conta, não decidiram de “fazer” ou “não fazer”; logo, o que está em jogo é algo que ultrapassa uma decisão racional.
O que está em questão é bem mais do que as obras: é a atitude fundamental da vida, pois é desta que provêm as a obras. A relação com Deus, cultivada e construída com o tempo e o amor faz com que aos poucos os sentimentos de Jesus, o seu “espírito” entre a fazer parte do nosso “espírito” assim, também nossos gestos refletem e, até, podem corresponder plenamente às atitudes e gestos de Jesus. Ora, se na vida o objetivo foi outro é evidente que o mundo possa passar despercebido ao nosso redor, os sentimentos, as dificuldades dos outros nunca serão os nossos sentimentos, as nossas dificuldades. O mundo do outro será sempre o mundo do outro. Sendo assim, como poderia surgir a necessidade de agir por amor solidário com o mais frágil? A palavra que o Evangelista usa: «pequenos» (elacistoV) deve ser traduzida com “insignificante”; assim se compreende o sentido da parábola: quando uma pessoa possui si mesmo como centro de sua vida tudo que está em torno é “insignificante”, mas Jesus se identificou com o que é “insignificante” para os “grandes”. É assim que o homem pronuncia o julgamento sobre si mesmo. Por outro lado, aquele que se deixou envolver pela proposta de Deus e Nele acreditou com todo si mesmo, terá em si os mesmos sentimentos de misericórdia que Jesus teve ao assumir os dramas que permeiam a existência do homem. Fazer “boas obras” não salva por si próprio, há uma profunda diferença entre filantropia e caridade: a primeira exclui a dimensão divina, não projeta o homem a Deus, deixa o homem na sua dimensão terrestre. Todos podem fazer boas obras, poucos sabem fazer caridade, deixar que o drama do mais frágil faça parte da própria vida. A filantropia simplesmente faz atos externos de ajuda, mas deixa sempre uma distância entre quem beneficia e quem é beneficiado; a caridade entra no coração, identifica dois homens que se sentem irmãos porque filhos de um único Pai.