quinta-feira, 2 de abril de 2009

Domingo de Ramos (homilia.org)

Ya estamos entrando en la Semana Santa, ese tiempo especialísimo de contemplación de los misterios de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo. Son los días en los cuales debiéramos meditar esos misterios tan importantes de nuestra fe, para que, conmovidos por los sufrimientos del Señor, podamos llegar a una conversión de fondo, al arrepentirnos verdaderamente y confesar nuestros pecados, para así poder enrumbarnos mejor en el camino de la salvación.
El Domingo de Ramos celebramos la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén. Se llama también este domingo, Domingo de Pasión, pues en este día damos inicio a la Semana de la Pasión del Señor. En efecto, las Lecturas de hoy son todas referidas a la Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo.
El Evangelio de ese día nos presenta la Pasión según San Marcos. Y en la Primera Lectura (Is. 50, 4-7), el Profeta Isaías nos anuncia cómo iba a ser la actitud de Jesús ante las afrentas y los sufrimientos de su Pasión: “No he opuesto resistencia, ni me he echado para atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que me tiraban la barba. No aparté mi rostro de los insultos y salivazos.”
MEDITACION DE ALGUNOS MOMENTOS DE LA PASION:
Es imposible detallar todo el Evangelio de hoy, ya que es una de las narraciones completas de la Pasión de Cristo. Este año, según San Marcos (Mc. 14,1-15,47). Pero sí podemos extraer algunas ideas para meditarlas con cierto detenimiento.
* La primera de ellas es el momento de la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos la noche del Jueves (Mc. 14, 32-54). Este pasaje de la Pasión del Señor lo recordamos también como el primero de los Misterios Dolorosos del Rosario. Jesús se retira a orar con tres de sus Apóstoles, quienes se quedan dormidos, a pesar de haberles Jesús comunicado sus más íntimos sentimientos: “Tengo el alma llena de una tristeza mortal”. Nos dice el Evangelio que Jesús “empezó a sentir terror y angustia”.

Y, confirmando lo que ya nos decía el Evangelio del Domingo pasado (5º. de Cuaresma), Jesús, aunque sintió miedo, no iba a pedirle al Padre que lo librara del suplicio que le esperaba. Por ello hace una oración muy impresionante: “Padre, Tú lo puedes todo: aparta de Mí este cáliz. Pero que no se haga lo que Yo quiero, sino lo que Tú quieres”.
Oración modelo para los momentos difíciles que se nos presentan a todos: “Señor, Tú me conoces, Tú sabes lo que quiero, Tú lo puedes todo. Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya; lo que Tú quieras, Señor, no lo que yo quiero”. Así debe ser la oración del que desea seguir a Cristo.
Así debe ser la oración del que sufre: no pedir que le sea retirado el sufrimiento, sino pedir la gracia para poder aceptar el sufrimiento como lo que es: una gracia de purificación, de redención.
* Jesús se sintió más triste aún, al encontrar a los Apóstoles dormidos. Y, luego de manifestarles su tristeza por esa falta de solidaridad, les dijo ... y nos dice a nosotros: “Velen y oren, para que no caigan en la tentación”. La oración es indispensable para poder seguir a Cristo. La tentación siempre está presente, pero la oración es poderosa. San Alfonso María de Ligorio decía: “Quien ora se salva. Quien no ora se condena”. Así de importante es la oración para nuestra vida espiritual, especialmente en la lucha contra las tentaciones.
* Otro detalle que nos da San Marcos en su relato es que en momento de ser apresado Jesús, “todos lo abandonaron y huyeron”. Ya se los había predicho: “Todos ustedes se van a escandalizar por mi causa”. El miedo se apoderó de ellos. Y al final, ¿quiénes estaban al pie de la cruz? Su Madre, otras mujeres y San Juan. ¿Y los otros Apóstoles? Ya Pedro se había escandalizado de El: lo había negado tres veces. ¿Y nosotros? ¿No lo hemos negado? ¿Cuántas veces hemos dejado de defenderlo cuando atacan su Nombre, su Iglesia, su Ley? ¿Cuántas veces no lo hemos abandonado por miedo a sus exigencias de amor y de entrega a El? ¿No nos hemos escandalizado de El? ¿Podremos, acaso,“romper a llorar” por las veces que lo hemos abandonado, así como Pedro, cuando se dio cuenta de su triple pecado? (Mc.14, 66-72)
* Cuando ya comienza el proceso que llevaría a su Pasión y Muerte, Jesús, interrogado por Pilatos “¿Eres el Rey de los Judíos?”, no niega que lo sea, pero precisa: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn. 18, 36).

Ya lo había dicho antes a sus seguidores: “Mi Reino está en medio de vosotros”(Lc.17, 21). Y es así, pues el Reino de Cristo va permeando paulatinamente en medio de aquéllos -y dentro de aquéllos- que acogen la Buena Nueva, es decir, su mensaje de salvación para todo el que crea que El es el Mesías, el Hijo de Dios, el Rey de Cielos y Tierra.
Y si el Reino de Cristo no es de este mundo ¿de qué mundo es? ¿cuándo se instaurará? Lo anuncia muy claramente El mismo en el momento en que fuera juzgado por Caifás: “Verán al Hijo del Hombre sentado a la derecha del Dios Poderoso y viniendo sobre las nubes” (Mt. 26, 64).
“En el lenguaje apocalíptico, las nubes son un signo ‘teofánico’: indican que la segunda venida del Hijo del hombre no se llevará a cabo en la debilidad de la carne, sino en el poder divino” (Juan Pablo II, 22-4-98).
Es decir que el Reino de Cristo, aunque ya comienza a estar dentro de cada uno de los que siguen la Voluntad de Dios, se establecerá definitivamente con el advenimiento del Rey a la tierra, en ese momento que el mismo Jesús anunció durante su juicio; es decir, en la Parusía (al final de los tiempos) cuando Cristo venga a establecer los cielos nuevos y la tierra nueva, cuando venza definitivamente todo mal y venza al Maligno. (cfr. Catecismo de la Iglesia Católica # 671-677)
SEGUNDA LECTURA:
Al contemplar los sucesos de la Pasión del Señor que nos narra el Evangelista San Marcos (Mc. 14, 1 a 15, 47), vemos cómo se cumple lo que nos dice San Pablo en la Segunda Lectura: “Cristo, siendo Dios, no hizo alarde de su condición divina, sino que se rebajó a sí mismo” (Flp. 2, 6-11), haciéndose pasar por un hombre cualquiera. Llegó hasta la muerte y a la muerte más humillante que podía darse en el sitio y en la época en que El vivió en la tierra: la muerte en una cruz.

Cristo se “anonadó”, es decir, se hizo “nada”, dejándose insultar, burlar, acusar, castigar, torturar, juzgar, condenar, matar, etc. etc. etc. Pero “Dios lo exaltó sobre todas las cosas ... para que todos reconozcan públicamente que Jesucristo es el Señor” (Flp. 2, 9-11).
Seguidores de Cristo somos los cristianos. Es lo que nuestro nombre significa. Y El mismo nos ha dicho cómo hemos de seguirlo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, tome su cruz y me siga. Pues quien quiera asegurar su vida la perderá y quien sacrifique su vida por mí y por el Evangelio, se salvará” (Mc. 8, 34-35).
NEGARSE A UNO MISMO:
Estos días de la Semana Santa nos llaman a la muerte con Cristo: a sacrificar nuestra vida por El y por lo que El nos dice en su Evangelio. No basta recoger palmas benditas este Domingo de Ramos, no basta visitar a Cristo expuesto solemnemente el Jueves Santo, no basta siquiera pensar en los sufrimientos de Cristo durante la ceremonia del Viernes Santo. Todo esto es necesario ... muy necesario. Pero todo esto debiera llevarnos a imitar a Cristo en esa cruz y en esa muerte que El nos pide para poder salvar nuestras vidas.
Así que, bien están las palmas benditas y la visita a los Monumentos, pero -además de esas devociones- para seguir a Cristo como El nos pide, no nos queda más remedio que “morir con El para vivir con El” (Rom. 6, 8).
Y ¿qué es ese morir que Cristo nos pide? El lo determina muy bien cuando nos dice cómo hemos de seguirlo: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo” (Mc. 8, 34). Comprender qué significa negarse uno mismo es muy simple. Hacerlo es ya más difícil ... pero no imposible.
Negarse a uno mismo es sencillamente decirse “no” a lo que uno desea, a lo que uno cree que es lo mejor, a lo que uno cree que es lo más conveniente, a lo que uno cree que es necesario ... cuando eso que uno desea, que uno cree lo mejor, más conveniente y necesario no coincide con lo que Cristo nos dice, nos muestra y nos pide.
Y ¿por qué es difícil negarse a uno mismo? Es difícil, porque estamos acostumbrados a consentirnos a nosotros mismos, a decirnos que sí a todos nuestros deseos, antojos, supuestas necesidades, apegos, etc. Nos amamos mucho a nosotros mismos; por eso nos consentimos tanto.
El mundo nos vende la idea de complacer nuestro “yo”, con cosas lícitas o ilícitas, necesarias o innecesarias, buenas o malas. No importa. Lo importante es hacer lo que uno quiera. Y esto que está tan arraigado en nuestra forma de ser, va en contra de lo que Cristo hizo y nos pide con su ejemplo y su Palabra.
El mundo también nos vende la idea de creernos gran cosa, de que valemos mucho, de que debemos estimarnos mucho. ¿Y qué fue lo que Cristo hizo? Se rebajó, se hizo “nada”. El, siendo Dios, se rebajó hasta ese extremo.
Y nosotros, si hemos de seguirlo, ¡cuánto no tenemos que rebajarnos en nuestro orgullo, en nuestro engreimiento, en nuestra vanidad, en ese creer que somos gran cosa! Pero ... ¡si dependemos de Dios hasta para cada latido de nuestro corazón! ...¿cómo, entonces, podemos creernos tan independientes de Dios que nos damos el lujo de contrariar su Ley, su Palabra y sus exigencias?
¿No estamos, acaso, como esa turba que pidió la cruz para el más inocente de los inocentes? Nos dice el Evangelio de hoy, que los sumos sacerdotes “incitaron a la gente” para pedir tremenda aberración: matar ¡nada menos! que al Hijo de Dios hecho Hombre, que pasó por esta vida humana nuestra haciendo sólo el bien.
¿No nos dejamos influir nosotros por lo que el mundo nos vende, por lo que la televisión nos dice? ¿No nos dejamos “incitar” -como aquella turba- para ponernos en contra de Dios, de su Ley, de su Amor y del amor que nosotros le debemos? Cabe preguntarnos siempre, pero muy especialmente en esta Semana Santa: ¿Realmente amamos a Dios? ¿Lo amamos sobre todas las cosas o más bien nos amamos a nosotros mismos?
SIGNIFICADO DE LAS PALMAS BENDITAS:
Si bien es cierto que las palmas benditas que con tanto interés todos recogemos hoy en las Iglesias, no son el centro de lo que conmemoramos cada Domingo de Ramos, es bueno revisar su significado.

Las palmas benditas recuerdan las palmas y ramos de olivo que los habitantes de Jerusalén batían y colocaban al paso de Jesús, cuando lo aclamaban como Rey y como el venido en nombre de Dios. Y si bien las palmas benditas son “sacramentales”; es decir, objetos benditos que la Iglesia pone a nuestro disposición y que pueden causar efectos espirituales, no son cosa mágica. Más bien, las palmas benditas simbolizan que con ellas proclamamos a Jesús como Rey de Cielos y Tierra, pero -sobre todo- que lo proclamemos como Rey de nuestro corazón.
Y ¿cómo es ese Reinado de Jesús en nuestro corazón? Significa que lo dejamos a El reinar en nuestra vida; es decir, que lo dejamos a El regir nuestra vida. Significa que entregamos nuestra voluntad a Dios, para hacer su Voluntad y no la nuestra. Significa que lo hacemos dueño de nuestra vida para ser suyos. Así el Reino de Cristo comienza a estar dentro de nosotros mismos y en medio de nosotros. Así nos preparamos adecuadamente para cuando Cristo venga glorioso entre las nubes a establecer su Reinado definitivo: la morada de Dios entre los hombres. Que así sea.

Domingo de Ramos (Pe Carlo)

O longo caminho que Jesus percorrera com os seus discípulos estava alcançando o momento mais elevado do seu significado. O ponto alto da Revelação de Jesus estava prestes a se manifestar em toda a sua plenitude; uma voz vinda do “Céu” (leia-se, na linguagem Bíblica, Deus), deu inicio à missão do Filho, a mesma voz se fez ouvir quando da Transfiguração; pela terceira vez se fez ouvir no trecho narrado no domingo passado: «Eu já o glorifiquei e ainda o glorificarei». A partir deste momento é como se terminasse o que Jesus poderia dizer aos homens com suas palavras, com seus milagres, com seus atos de compaixão. A partir de agora tudo estava nas mãos do Pai. É o mais profundo ato de entrega e amor a Deus que alguém possa fazer. Tudo é simplesmente “tudo”, não uma parte. Se é verdade que as palavras podem transmitir ensinamentos de Deus, se é verdade que atos de amor podem mostrar o amor do Pai para com os homens, se é verdade que milagres e atitudes que resgatam a dignidade da pessoa humana podem dar aos homens a esperança, de fato nada fala tão alto do amor que alguém pode ter para com Deus do que a sua entrega total, sem condições. É somente isto que ainda é capaz de questionar um homem que precisa controlar tudo, conhecer e avaliar tudo o que acontece para poder sentir-se ainda proprietário do mundo em que existe. Os gregos, vimos no Evangelho de domingo, “queriam ver”, e isto é um direito, mas Deus não se deixa vincular a o que os nossos olhos querem ver. Jesus não poderia fazer mais nada para os homens a não ser entregar-se totalmente ao Pai e ao desejo Dele até o último dos seus sentimentos. É somente assim que a razão renuncia à sua presunção, é somente quando se vê um ato de amor incondicional que ainda o mundo se pergunta: “por quê?”, “o que há por detrás de tudo isso, que eu não consigo entender?”. É a lógica daquele Deus que “confunde os sábios”. Creio que as palavras a seguir, com as quais São Paulo comenta este momento da mais profunda Revelação, possam nos ajudar a ler o texto do ingresso em Jerusalém e a Paixão: «Os judeus pedem sinais, gregos buscam sabedoria; mas nós pregamos a Cristo crucificado, escândalo para os judeus, loucura para os gentios; mas para os que foram chamados, tanto judeus como gregos, pregamos a Cristo, poder de Deus e sabedoria de Deus. Porque a loucura de Deus é mais sábia do que os homens; e a fraqueza de Deus é mais forte do que os homens». (1Cor. 1,22). Esta interpretação que Paulo faz da paixão de Jesus é a chave de leitura que usaremos no texto de hoje.
O texto começa dando-nos uma localização: o monte Oliveiras. Não se trata somente de uma indicação logística, trata-se de uma indicação religiosa. O monte Oliveiras está a leste de Jerusalém. A indicação é, então, a preparação para compreender o complexo gesto simbólico de Jesus, que age como costumavam fazer os grandes profetas. Jesus entrava pelo lado oriental de Jerusalém, ora, segundo a tradição e a interpretação que os rabinos davam da Escritura, o Messias esperado viria do Oriente, isto porque Ezequiel –que viveu na época do exílio, 586 a.C.-, havia “visto” a glória de Jahvé abandonar o Templo e dirigir-se para o “oriente” de onde se aguardava a sua volta no último dia (Ez. 43,1s; 11,23). Os rabinos esperavam então a manifestação final da “glória de Jahvé” que voltaria do “oriente”. Bem, não coincide isto com a voz que falava de uma “glória” coma qual seria revestido Jesus? Sim, Jesus seria o portador desta “gloria”. Contudo, cabe perguntar-nos o que se entende por “glória”. O sentido é complexo mas, em poucas palavras, podemos dizer que é a “luz consistente” através da qual pode ser vista a presença de Deus sem que, contudo, possa ser tocada, pois Deus permanece sempre inalcançável pelas mãos humanas. A glória é como uma “luz transparente” que permite ver a Deus mas não de se apoderar Dele. Com esta figura de linguagem tirada da Escritura, podemos compreender o sentido do último ato de Jesus.
Jesus entrava como peregrino, como um dos tantos peregrinos, mas, de repente a situação mudou. Como muitos outros, os discípulos haviam entendido o gesto de Jesus, mas eles e outros o interpretaram à sua maneira. É algo que ainda hoje se repete toda vez que pretendemos reduzir Deus a nós e não sabemos ouvir. Aquele grupinho de pessoas vindas em sua maioria da Galiléia, os gestos prodigiosos realizados até então por Jesus, reacenderam imediatamente os ardores nacionalistas e teocráticos: «bendito o Reino que vem em nome do Senhor e bendito o reino do nosso pai Davi...». O fato de Jesus não se opor deixava espaço para a hipótese de que ele estivesse disposto a assumir a posição de messias; os discípulos, por um momento ainda, acharam que estava chegando a “hora” de Jesus -e deles também-. Foram eles, então que deram início ao cortejo triunfal, quase imitando os comandantes romanos que tomavam posse das cidades apenas conquistadas.
Jesus os deixa fazer…! Quantas coisas Deus nos deixa fazer…! E fica olhando como somos capazes de ver Nele coisas que são somente nossas. Jesus não desdenha nem os repreende. Queiram ou não, eles mesmos terão a ocasião de se dar contas de suas ilusões; pois o caminho que Deus escolhe é o que Ele escolhe e vai necessariamente para a direção que Ele escolhe, mesmo que alguns queiram e digam o que quiserem. Mesmo assim, Jesus não despreza o engano em que caíram, contudo tenta dar, pela última vez, uma declaração pública de que as coisas não são como eles as viam.
A leitura nos dá outras indicações. Possivelmente Jesus deve ter entrado pela porta que hoje é chamada “porta dourada” (hoje está murada). Esta porta está entre a cidade de Jerusalém e o monte Oliveiras, abrindo-se sobre o vale do Cedron. Este vale, chamado também “vale de Josafá”, era o lugar onde aconteceria o julgamento final da história segundo a leitura que os rabinos faziam deste texto de Joel: «Eis que, naqueles dias e naquele tempo, em que mudarei a sorte de Judá e de Jerusalém, reunirei todas as nações e as farei descer ao vale de Josafá; e ali entrarei em juízo contra elas por causa do meu povo e da minha herança: Israel» (Joel 3:1). Sim, era bem isto que estava acontecendo: a entrada de Jesus em Jerusalém seria o julgamento final da história; seria a antecipação do critério com o qual o Pai pronunciará a sua palavra última sobre a história do mundo. Tudo o que acontecerá em Jerusalém daquele momento em diante será exatamente o que acontecerá no “último dia”. É por isso que é importantíssimo conhecer e meditar os eventos da Paixão de Jesus, como sempre a liturgia nos propõe na longa e pausada leitura da Paixão. Em Jerusalém se evidenciarão com a maior força possível todas as contradições que existem na humanidade. Jerusalém é a cidade das contradições: é o símbolo da profunda luta entre o poder de Deus e o poder do mal, do orgulho e do egoísmo. É símbolo daquilo que acontece conosco, no mais íntimo da nossa vida: quanto mais nos aproximamos de Deus tanto mais as contradições que existem em nós se mostram com toda a sua força. Enquanto ainda estamos “distantes”, tudo parece calmo, não existem grandes problemas, se pode empurrar tranquilamente a vida; mas, quanto mais nos aproximamos Dele tanto mais o que não é “de Deus” se manifesta. Isto para que nós possamos conhecer realmente “quem” somos e, somente então, escolher com liberdade e amor. Não podemos dar com amor se não conhecemos quem nós somos bem no fundo e não conhecemos as contradições que carregamos em nós! È em Jerusalém que se deve travar o combate final
Jesus entra, entra em todas estas contradições entra, sim, como “alguém que conquistou” as contradições de Jerusalém e do homem; mas não montando num cavalo, como os poderosos que se afirmam com instrumentos de opressão e, frequentemente, de injustiça.
Assim, Jesus pediu que lhe fosse trazido um jumento; também este é um gesto simbólico ligado ao livro de Gênese (mas não temos como ver agora). Pela primeira e única vez, Jesus diz de si mesmo que é “senhor”: «…respondei: O Senhor precisa dele ». É senhor, porque pode realmente conquistar o homem coma única coisa que, bem no fundo, ele quer: ser amado até o fim. O instrumento para tanto não é a ilusão de um alazão, de uma prestigiosa montaria, um lugar de destaque, de prestígio universalmente reconhecido. Isto não satisfaz os desejos mais recônditos da pessoa humana. O que demonstra o amor que conquista é tudo o que “realmente serve”, um “tudo” representado pelo burrinho que ajuda o camponês todos os dias, que o carrega quando este está cansado de seu trabalho, que agüenta a sede quando o lavrador já não agüenta mais. Assim a imagem do peregrino em seu burrinho se contrapõe com toda a sua força àquela do prestigioso cavaleiro. E mais: aquele era um o jumentinho «no qual nenhum homem ainda havia montado». Logo, não é fácil montar. Será tão difícil ver aqui a declaração do tipo de “serviço” que Jesus veio oferecer? Ele o fará por primeiro.
Será um convite implícito para que saibamos deixar de lado, por um momento o prestígio do nosso cavalo e acreditar que é possível, seguindo Jesus, que nós também possamos montar o mesmo jumentinho para oferecer algo que ninguém ante do Senhor pôde oferecer?

Domingo de Ramos

Com o Domingo de Ramos começamos a Semana Santa.
Somos convidados a contemplar o grande amor de Deus,
que desceu ao nosso encontro, partilhou a nossa humanidade,
fez-se homem, deixou-se matar pela nossa salvação.
É uma oportunidade para reviver os mistérios centrais da Redenção.

A Liturgia lembra DOIS FATOS:
- A Entrada de Jesus em Jerusalém;
- A Paixão de Nosso Senhor.

Na 1ª parte, prevalece o clima de ALEGRIA:
com a entrada de Jesus em Jerusalém montado sobre um jumento,
à semelhança de um rei vitorioso. (Mt 11,1-10)

Na 2ª parte, a abertura da Semana Santa, através das leituras bíblicas:

- A 1ª Leitura apresenta a figura do "Servo Sofredor". (Is 50,4-7)
Ele recebe a missão profética que se concretiza no sofrimento e na dor.
Do aparente insucesso no sofrimento resulta o perdão do pecado do Povo.
Os cristãos vêem neste "Servo" a figura de Jesus.

- O Salmo 21 lembra as palavras mencionadas por Cristo na Cruz:
"Meu Deus, meu Deus, por que me abandonaste?"

- A 2ª Leitura apresenta o exemplo de Cristo, que escolheu
a obediência ao Pai e o serviço aos homens, até ao dom da vida.
É o caminho de vida que a Palavra de Deus nos propõe. (Fl 2,6-11)

- Nos Evangelhos, temos a dois momentos da vida de Cristo:
- O Triunfo, com a entrada solene de Jesus em Jerusalém:
O Povo reconhece que Jesus é o Salvador e o aclama alegre...
- A Humilhação, com a leitura da Paixão de Jesus Cristo,
segundo São Marcos. (Mc 14,1-15,47)

Ao longo dessa semana santa, teremos a oportunidade de ler
as quatro narrativas da Paixão.
Cada uma com suas características e seus pormenores exclusivos.

Desejo aprofundar com vocês aspectos específicos
da narrativa de São Marcos, que acabamos de ler.
É a primeira, a mais antiga (± 65 dC): a mais breve e dramática...
É a que mantém uma ordem cronológica mais exata...

+ Introdução: Marcos introduz a narrativa com duas referências à CEIA:
- A ceia de Betânia, na casa de Simão, na qual Jesus é ungido por uma mulher.
O gesto generoso da Mulher contrasta com a atitude egoísta e traidora de Judas.
- A Ceia Pascal com os discípulos.

1. Jesus mantém um SILÊNCIO solene e digno,
aceitando o caminho da cruz.

Não reage diante do beijo de Judas e ao gesto violento de Pedro.
É a atitude de quem sabe que o Pai lhe confiou uma missão e
está decidido a cumprir essa missão, custe o que custar.
- No tribunal, quando acusado, Jesus manteve silêncio.
Mas quando perguntado se era o Messias, reponde prontamente:
"Sim, eu sou e vereis o Filho do Homem sentado à direita do Todo Poderoso
vir sobre as nuvens do céu ", e só. Durante o processo: nenhuma palavra.

Diante dos insultos, das provocações, das mentiras, ele fica calado.
Estava consciente de sua inocência... e da farsa montada no julgamento.
Por isso, não responde mais nada.
Há situações na vida, nas quais não vale a pena responder...
É melhor guardar o silêncio.

* temos a mesma disponibilidade de Jesus para escutar os desafios de Deus e
a mesma determinação de Jesus em concretizar esses desafios no mundo?

2. Jesus é o FILHO DE DEUS, que veio ao encontro dos homens
para lhes apresentar uma proposta de Salvação.
É o que Jesus responde ao Sumo Sacerdote: "Eu sou"
e o que o Centurião afirma aos pés da cruz:
"Verdadeiramente esse homem era Filho de Deus".
É o ponto culminante da narrativa de Marcos,
que no seu evangelho procura responder: "Quem é Jesus?"
A resposta (a descoberta) não foi feita por um apóstolo,
nem mesmo por um discípulo, mas por um pagão.

3. Jesus é também HOMEM
e partilha da fragilidade e debilidade da natureza humana:
Temos a tentação de imaginar Jesus como um super-homem.
Mas ele não foi assim. A "angústia" e o "pavor" de Jesus diante da morte,
o seu lamento pela solidão e pelo abandono, tornam-no muito "humano",
muito mais próximo das nossas debilidades e fragilidades.
Assim é mais fácil nos identificar com ele, confiar nele, segui-lo no seu caminho do amor e da entrega. A humanidade de Jesus nos mostra
que o caminho da obediência ao Pai é um caminho possível a todos nós.

* Marcos apresenta Jesus como nosso companheiro de sofrimento.
Como nós, passou pela experiência de quanto é difícil obedecer ao Pai.
Se o contemplarmos, sentimo-nos atraídos a segui-lo,
porque o sentimos como um dos nossos.

4. Sublinha a Solidão de Cristo: Abandonado pelos discípulos,
escarnecido pela multidão, condenado pelos líderes,
torturado pelos soldados, Jesus percorre na solidão, no abandono,
na indiferença de todos o seu caminho de morte.
Só Marcos faz questão de sublinhar que Jesus se sentiu completamente só, abandonado por todos, até pelo Pai :
"Meu Deus, meu Deus, por que me abandonaste?"

É a oração "humana" de quem sente e não compreende
a aparente ausência e abandono de Deus.

* A solidão de Jesus diante do sofrimento e da morte anuncia já
a solidão do discípulo que percorre o caminho da cruz.
Quando o discípulo procura cumprir o projeto de Deus,
recusa os valores do mundo, enfrenta as forças da opressão e da morte,
recebe a indiferença e o desprezo do mundo e
tem de percorrer o seu caminho na mais dramática solidão.
O caminho da cruz, apesar de difícil, doloroso e solitário,
não é um caminho de fracasso e de morte, mas de libertação e de vida plena.

5. Fato curioso, exclusivo de Marcos:
Um jovem o seguia, coberto somente de um lençol.
Quando os soldados tentaram agarrá-lo, livrou-se da roupa e fugiu despido...
É possível que esse jovem fosse o próprio Marcos.

* Foi a atitude dos discípulos que, desiludidos e amedrontados, largaram tudo, quando viram o seu líder preso e fugiram sem olhar para trás.

6. Atitude "corajosa" de José de Arimatéia
em pedir a autorização para sepultar Jesus
diante da autoridade que o condenou.

- Declarar-se discípulo de Jesus, quando as multidões o aclamam,
é muito fácil, somente uma pessoa corajosa é capaz de apresentar-se
como seu amigo diante da autoridade que o condenou.

* Quantas pessoas, enquanto residem em suas pequenas cidades, ou capelas,
nunca faltam na igreja...
mas depois quando vão para a cidade grande estudar,
ou quando emigram para trabalhar longe do próprio ambiente familiar,
sentem vergonha de sua fé ou preguiça em participar.

8. "ABBA", Pai:
Essa palavra, que quer dizer carinhosamente: "Papai",
não é citada nos outros evangelhos,
somente Marcos a coloca nos lábios de Jesus,
exatamente na hora mais dramática da sua vida,
quando depois de ter pedido ao Pai de poupá-lo de uma prova tão difícil,
se abandona, confiante, nas suas mãos.

* O Exemplo de Jesus nos ensina que,
em qualquer circunstância da vida,
nunca podemos esquecer ou duvidar do amor do nosso "Abba"



Os RAMOS,

que carregamos com alegria e entusiasmo na procissão e
que levamos com devoção para nossas casas,
são o sinal de um povo, que aclama o seu Rei
e o reconhece como Senhor que salva e liberta.
Devem ser o Sinal do compromisso
de quem deseja viver intensamente essa Semana Santa.

- Não basta apenas aclamar o Cristo em momentos de entusiasmo e
depois crucificá-lo na rotina de todos os dias.

- Que o Lava-pés nos motive a limpar o coração com a água purificadora
da Penitência e a nos pôr a serviço dos irmãos.

- Que a Ceia do Senhor nos faça valorizar a presença permanente de Cristo
em nosso meio e seja o alimento constante em nossa caminhada.

- Que o Getsêmani nos anime a fazer a vontade do Pai,
mesmo pelos caminhos do sofrimento e da cruz.

- Que o Túmulo silencioso seja o nosso "deserto"
para escutar mais forte a voz de Deus e
um estímulo para remover todas as pedras que mantém ainda trancado
o Cristo dentro do túmulo do nosso coração.

- Que a Vigília Pascal reanime nossa Esperança nas promessas do Senhor, enquanto aguardamos a sua vinda.

- Assim essa Semana será realmente santa e
a Páscoa acontecerá em cada um de nós.

Cristo realmente venceu as trevas do pecado e da morte. Aleluia!

Pe. Antônio Geraldo Dalla Costa

Entrada em Jerusalém

A Igreja inicia a Semana Santa com a Missa dos Ramos, na qual recorda a entrada de Jesus em Jerusalém. Ele entra para a vitória sobre as forças da morte. O esperado das nações, contradizendo as expectativas messiânicas da multidão, montado num burrinho, chega a Jerusalém e é aclamado por discípulos e pessoas que tomam conta da cidade. O povo de Israel estava ansioso pela chegada do Messias, “o ungido” que realizaria a tão esperada libertação. Em Jerusalém, Ele é recebido e aclamado por aqueles que estão abertos aos projetos de Deus. Os discípulos e muitos anônimos, com incontido entusiasmo, aclamam Jesus como Messias e Rei, gritando: “Hosana! Bendito aquele que vem em nome do Senhor! Bendito seja o Reino que vem, o reino de nosso pai Davi”.A palavra “hosana” servia para o povo pedir que Deus o ajudasse. Mais tarde, converteu-se numa oração de súplica e num grito de louvor. A multidão imaginava que o reino de Davi estava sendo restaurado. Jesus permanece reservado como servo humilde. Aceita as manifestações do povo. Todavia, mantém-se fiel à perspectiva do serviço, simbolizado pela montaria num jumentinho. A entrada triunfal em Jerusalém traduziu-se no triunfo da humildade, da simplicidade e da paz, não da vitória conquistada pelo poder. As conquistas do Messias são aquelas alcançadas pela força do amor feito serviço, não do poder guerreiro que vem montado em um cavalo puro-sangue. Na Homilia do Domingo de Ramos de 2007, o papa Bento XVI afirmou: “Na procissão do Domingo de Ramos, nós nos unimos à multidão de discípulos que, com alegria festiva, acompanhou o Senhor em sua entrada em Jerusalém. Com eles, louvamos o Senhor elevando a voz por todos os prodígios que vimos. Sim, também nós, vimos e continuamos vendo os prodígios de Cristo: como ele leva homens e mulheres a renunciar às comodidades da própria vida para colocar-se totalmente ao serviço dos que sofrem. Como ele introduz homens e mulheres a fazer o bem aos outros, a suscitar a reconciliação onde há ódio, gerar a paz onde reina a inimizade”. A Paixão de Jesus proclamada na liturgia deste Domingo de Ramos estabelece um contraste com a entrada triunfal. Após ser aclamado rei, Jesus é preso, acusado e condenado a morrer como “um fora-da-lei”. O evangelista Marcos relata, de modo realista, Jesus morrendo pendente na cruz, gritando como um abandonado. Contudo, nessa morte profundamente humana e sofrida, emerge a força divina que está n’Ele e se traduz no começo de um novo caminho, de ressurreição e de vida. A pergunta que perpassou o Evangelho de Marcos obtém resposta da boca do oficial romano: “De fato, esse homem era mesmo o Filho de Deus!” (Mc 15,39). Mais que uma afirmação histórica, esta exclamação é uma “profissão de fé” que Marcos também convida a apresentar: Jesus é mesmo o Filho de Deus que veio ao encontro da humanidade para realizar a Boa-Nova da salvação!

Comentário ao Evangelho do dia feito por Santo André de Creta (660-740), monge e bispo Sermão para os Ramos; PG 97, 1002 (trad. Orval)

«Hossana! Bendito Aquele que vem em nome do Senhor, o Rei de Israel!»
Coragem, filha de Sião, não temas: «Eis que o teu Rei vem a ti: Ele é justo e vitorioso, humilde, montado num jumento, sobre um jumentinho, filho de uma jumenta» (Zac 9, 9). Ele vem, Aquele que está em toda a parte e que enche o universo, Ele avança para realizar em ti a salvação de todos. Ele vem, Aquele que não veio chamar os justos, mas os pecadores (Lc 5, 32), para fazer sair do pecado os que nele se extraviaram. Não temas, pois: «Deus está no meio de ti, tu és inabalável» (Sl 45, 6). Acolhe, de mãos erguidas, Aquele cujas mãos dsenharam as tuas muralhas. Acolhe Aquele que aceitou em Si mesmo tudo aquilo que é nosso, à excepção do pecado, para nos assumir Nele. [...] Rejubila, filha de Jerusalém, canta e dança de alegria. [...] «Levanta-te e resplandece, chegou a tua luz; a glória do Senhor levanta-se sobre ti!» (Is 60, 1)Que luz é esta? É a luz que ilumina todo o homem que vem a este mundo (Jo 1, 9): é a luz eterna [...] que apareceu no tempo; luz que Se manifestou na carne e que Se encontra oculta por esta natureza humana; a luz que envolveu os pastores e conduziu os magos; a luz que estava no mundo desde o princípio, pela qual o mundo foi feito, mas que o mundo não conheceu; a luz que veio aos Seus, mas que os Seus não receberam (Jo 1, 10-11).E o que é a glória do Senhor? É sem dúvida nenhuma a cruz sobre a qual Cristo foi glorificad, Ele, o esplendor da glória do Pai. Ele mesmo o dissera, ao aproximar-se a Sua Paixão: «Agora foi glorificado o Filho do Homem e Deus foi glorificado Nele; [...] e glorificá-Lo-á sem demora» (Jo 13, 31-32). A glória de que aqui se fala é a Sua subida à cruz. Sim, a cruz é a glória de Cristo e a Sua exaltação, como Ele próprio disse: «E Eu, quando for levantado da terra, atrairei todos a Mim» (Jo 12, 32).

Domingo de Ramos (cf.www.ecclesia.pt)

Domingo de Ramos
A liturgia deste último Domingo da Quaresma convida-nos a contemplar esse Deus que, por amor, desceu ao nosso encontro, partilhou a nossa humanidade, fez-se servo dos homens, deixou-se matar para que o egoísmo e o pecado fossem vencidos. A cruz (que a liturgia deste Domingo coloca no horizonte próximo de Jesus) apresenta-nos a lição suprema, o último passo desse caminho de vida nova que, em Jesus, Deus nos propõe: a doação da vida por amor.A primeira leitura apresenta-nos um profeta anónimo, chamado por Deus a testemunhar no meio das nações a Palavra da salvação. Apesar do sofrimento e da perseguição, o profeta confiou em Deus e concretizou, com teimosa fidelidade, os projectos de Deus. Os primeiros cristãos viram neste "servo" a figura de Jesus.A segunda leitura apresenta-nos o exemplo de Cristo. Ele prescindiu do orgulho e da arrogância, para escolher a obediência ao Pai e o serviço aos homens, até ao dom da vida. É esse mesmo caminho de vida que a Palavra de Deus nos propõe.O Evangelho convida-nos a contemplar a paixão e morte de Jesus: é o momento supremo de uma vida feita dom e serviço, a fim de libertar os homens de tudo aquilo que gera egoísmo e escravidão. Na cruz, revela-se o amor de Deus - esse amor que não guarda nada para si, mas que se faz dom total.