quarta-feira, 7 de maio de 2008

VIDA EN EL ESPÍRITU (JM ALEMANY)

VIDA EN EL ESPÍRITU: ES/SIMBOLOS:
Hoy, fiesta de Pentecostés, podríamos comenzar tomando conciencia de que el Espíritu Santo es el gran tesoro que Jesús nos transmite. Somos los cristianos los que hemos desprestigiado la llamada "vida espiritual", entendiéndola en oposición, o al menos en yuxtaposición, a la "vida histórica". Sería una persona "espiritual" aquélla que dedicara tiempo a "ocupaciones espirituales": oración, lectura espiritual, sacramentos, devociones. Con ello hemos llegado en muchas ocasiones a un dualismo pernicioso. O vivimos esquizofrénicamente dos vidas separadas, la vida espiritual y la vida material. O incluso puede llegar a darse personas de una "vida espiritual" aparentemente correcta, y cuya vida ordinaria no se parece en nada a la de Jesús y es compatible con la injusticia y el desinterés por la transformación del mundo.
Si el Espíritu Santo es el don preciado que reciben los hombres, no puede ser recluido en un sector o tiempo de su vida. Sería más correcto decir que se trata de vivir en el espíritu la única historia que existe y cada uno de los momentos de ella. Que haya tiempos de especial densidad en esa conciencia del Espíritu, es lógico. Pero lo que no podemos es recluirle en un sector sacral y apartarle de la marcha de la vida de los hombres y de la historia.
Porque no bastan los proyectos mejor intencionados para crear una humanidad nueva. Sólo el don del Espíritu, que se extiende universalmente, puede transformar interiormente hombres y estructuras. Quien conoce bien la historia no es ingenuo. Muchas veces a los libertadores siguen los dictadores.
De ahí los símbolos con que en la Escritura viene caracterizada la acción del Espíritu:
Viento impetuoso. Sopla cuando quiere y donde quiere. No se puede poner cauces al viento para controlarlo. No se sabe de dónde viene ni a dónde va. Aparece, no sabemos por qué ignotos caminos, donde menos y cuando menos lo podíamos esperar, y se cuela incluso por las más pequeñas rendijas. y arrastra impetuosamente allí donde la ley resulta casi siempre ineficaz.
Fuego. Derrite para transformar. No rompe ni fragmenta, no fuerza. Moldea desde dentro, forja una nueva personalidad penetrando todo nuestro ser.
Lenguas. Todos oyen hablar de Cristo en su propia lengua. El Evangelio de Jesús no está ligado a una cultura, a una situación, a un idioma. Llega hasta donde el hombre se encuentra. Un único Jesús es oído en pluralidad de culturas y situaciones.
Mosto. Algunos los creían borrachos. Quizá quiere señalarse una exultación que asemeja a la ebriedad. Quizá también que los hombres movidos por el Espíritu muchas veces parecen ajenos al sentido común. No entra su actuación en el esquema que rige nuestra sociedad, tienen una evangélica insensatez. Si la sociedad los puede entender y calcular según sus habituales pautas, si no resultan escándalo y aguijón, si la vida en el espíritu no extraña como algo anormal en un mundo injusto, si la acomodación es perfecta, quizá es señal de alerta.
COMUNIDAD NUEVA EN EL ESPÍRITU
El don del Espíritu alumbra la comunidad. La Iglesia no es como una organización para administrar el testamento de Jesús. Es verdad que tiene un elemento institucional, es decir, fundacional, lo que ha recibido de Jesús y es irrenunciable: el anuncio de la Buena Nueva, la cercanía a los pobres, la catequesis, la transmisión apostólica, los sacramentos, todos estos elementos son originales e imprescindibles porque tienen su origen en el mismo Jesús. Pero la Iglesia tiene otro elemento pneumatológico, la presencia del espíritu que la recrea permanentemente. El Espíritu tiene primacía sobre cualquier otro principio jurídico de organización. ¿Por qué? Hoy se nos dan al menos dos pistas. "Nadie puede decir Jesús es el Señor -confesión que constituye a la comunidad cristiana- si no es bajo la acción del Espíritu" (1/Co/12/03). El Espíritu posibilita la confesión de fe en Jesús y hace comprender cuanto aconteció con El: su enseñanza, sus signos, su vida, su muerte y su resurrección.
Además, concede diversos dones para bien de toda la comunidad, que en nada rompen la unidad de la misma confesión. La Iglesia necesita diversidad de servicios y funciones, como el cuerpo exige muchos miembros que forman un mismo organismo vital. Quizá podamos recordar a ·Bloch-E., pensador secular, que no hace sino traducir esta misma idea cuando escribe que en ninguna comunidad sana pueden faltar cuatro carismas fundamentales:
C/CARISMAS:
-Carisma del profeta. Quien rompe el enclaustramiento del presente, penetra en la tierra hasta sus raíces, hasta los orígenes, y desde ahí empuja hacia el futuro.
-Carisma del cantor. No sólo es necesario el empuje hacia adelante desde los orígenes, sino quien sea capaz de contar y cantar aquello que todos creemos.
-Carisma del médico. Todo grupo humano tiene heridas que curar y relaciones que sanar. Pero cuando la comunidad es más perfecta, las grietas son más finas y sutiles, por ello más peligrosas. A estas heridas, a veces imperceptibles e inconfesables, ha de llegar el médico.
-Carisma del que rige, coordina, gobierna. Es necesario que el grupo que nace desde dentro cuente con el don de ser coordinado y gobernado con autoridad. La autoridad ha de ejercerse en el espíritu, es un auténtico carisma, para que no sea "como la de los señores de este mundo, que oprimen".
-MISIÓN DE PAZ Y DISCERNIMIENTO
Pero no hay don del Espíritu, que crea el hombre nuevo y la nueva comunidad, sin envío, sin misión. "Como el Padre me ha enviado así también os envío yo" (/Jn/20/21). Este envío se hace en un contexto en que se desea y comunica la paz. La paz que se concede a la comunidad cristiana es un don precioso que debemos transmitir y comunicar a todos los hombres. El hombre y la comunidad en el Espíritu están reconciliados consigo mismo y por eso se les envía fundamentalmente en una misión de paz.
Nada hay en estos momentos que necesite tanto el mundo como la paz. La Iglesia necesita plantearse de qué manera puede contribuir mejor a la paz por la que cada hombre se reconcilia consigo mismo y con Dios, y los hombres, las familias, los sectores sociales, los pueblos se reconcilian entre si.
Pero la paz para un mundo en crisis ha de significar también capacidad de discernimiento; la paz que proviene del Espíritu de Jesús no puede cubrir o justificar el mal o la injusticia: es ofrecimiento de perdón sin límites allí donde se reconoce el mal; pero puede ser también retención de ese perdón en tanto que alguien se obstine en el pecado sin reconocerlo. Por eso un servicio importante que los cristianos pueden hacer al mundo de hoy es el discernimiento: desenmascarar los egoísmos, estructuras, mecanismos, pautas, modelos, por los que los hombres no pueden vivir en paz. El Espíritu nunca construye la paz sino sobre la verdad y sobre la justicia. Paz y capacidad de discernimiento son dos gracias que hoy pedimos del Espíritu para toda la humanidad y que comprometen nuestra vida.
DABAR 1987, 32

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