quinta-feira, 12 de junho de 2008

DOMINGO 11 del Tiempo Ordinario - Ciclo "A"

Este Domingo continuamos con el Evangelio de San Mateo y, como Segunda Lectura, con la Carta de San Pablo a los Romanos.
La Primera Lectura (Ex. 19, 2-6a) -muy conectada con el Evangelio de hoy- es tomada del segundo libro del Antiguo Testamento: el Libro del Exodo. Y todas estas lecturas nos hablan de nuestra vocación como cristianos y de nuestra vocación como servidores de Cristo.
En efecto, en el Evangelio (Mt. 9,36 - 10,8) hemos visto el momento en que Jesucristo reúne a sus 12 Apóstoles, dándoles poder sobre los demonios e instrucciones para curar enfermedades y aliviar dolencias.
Pero antes de reunir a los doce, el Evangelista plantea una situación preocupante, que el Señor resume en una frase: “La cosecha es mucha y los trabajadores pocos”. Y ésta es una frase del Evangelio que nos repite la Liturgia de la Iglesia con cierta frecuencia, pero parecemos no darnos cuenta de su significado, mucho menos de su urgencia y gravedad, especialmente en esta época.
Fijémonos que San Mateo, Evangelista, nos plantea con una frase al comienzo del Evangelio, el problema de la falta de Sacerdotes y de personas que quieran entregarse al servicio de Dios: “Al ver Jesús las multitudes, se compadecía de ellas, pues estaban extenuadas y desamparadas, y andaban como ovejas sin pastor”.
¿Cuáles son las ovejas que andan sin pastor? ¿Cuál es la cosecha que necesita trabajadores? ... Somos nosotros mismos. Recordemos la tierna comparación que el Señor hace muchas veces de nosotros como ovejas: ese animal que es tan frágil y que necesita tanto de su pastor para poder subsistir. Al Señor le gusta llamarnos sus ovejas y su rebaño.
Por eso los Salmos, que son palabras del Espíritu Santo en boca del Salmista, para enseñarnos a nosotros a orar y para que usemos esas palabras inspiradas para orar, también nos traen esa imagen de nosotros como ovejas y de Dios como nuestro Pastor. Y este Salmo de hoy -el Salmo 99- nos enseña a orar con esa tierna imagen. Así hemos rezado: “El nos hizo y somos suyos, somos su pueblo, ovejas de su rebaño”.
Somos el pueblo de Dios. Eso lo hemos repetido en el Salmo y también lo reitera la lectura del Libro del Exodo (Ex. 19, 2-6a): “Si escuchan mi voz y guardan mi alianza, serán mi especial tesoro entre todos los pueblos”.
Notemos esto: al antiguo pueblo de Israel les dijo Dios que si guardaban su alianza con El serían “su especial tesoro” de entre todos los pueblos. Y a nosotros nos dice hoy que si guardamos su Voluntad, seremos “su especial tesoro”. Pero no se queda ahí el Señor, sino agrega que además seremos para Dios “un reino de sacerdotes, una nación consagrada.”
Esta frase podría resultar un poco confusa y hasta atrevida, si no la explicamos bien. Unos cuantos domingos atrás, venía esta misma frase, pero en la Primera Carta del Apóstol San Pedro... ¿la recuerdan? “Ustedes son raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada a Dios y pueblo de su propiedad” (1 Pe. 2, 9-10).
Pero corremos el riesgo de pasar estos conceptos por alto, si no los meditamos a profundidad. ¿Nos damos cuenta de la grandeza a la que nos llama Dios? ¿Nos damos cuenta de que esa grandeza no se basa en que somos libres -aunque la libertad es un don preciosísimo que Dios nos da? ¿Nos damos cuenta de que nuestra grandeza se basa en que somos propiedad de Dios? ¿Nos damos cuenta de esta maravilla?
Revisando y uniendo la frase del Exodo, las frases del Salmo y las frases de San Pedro podemos ver la grandeza a la que hemos sido llamados: Somos una “raza elegida” (“ovejas de su rebaño”); somos un “sacerdocio real” (“un reino de sacerdotes”); somos una “nación consagrada a Dios” ( un “especial tesoro de Dios”); somos “pueblo de su propiedad” (“somos suyos, somos su pueblo”).
Estos conceptos son tan importantes que el Concilio Vaticano II retoma esta enseñanza para recordarnos que todos los cristianos -sólo por el hecho de ser bautizados- somos un pueblo de sacerdotes y participamos del Sacerdocio de Cristo (cfr. LG 26 - AA 3).
Debemos ver, entonces, cuál es la función de un Sacerdote. Recordemos que el Sacerdote, además de ofrecer el Sacrificio de la Misa, en el que Cristo es la Víctima que se sacrifica, el Sacerdote tiene también a su cargo la predicación de la Palabra de Dios.
Estas enseñanzas tomadas de la Sagrada Escritura y ratificadas por la Iglesia en el último Concilio, nos hacen caer en la cuenta de que si bien existe el Sacerdocio Ministerial, del cual forman parte los Sacerdotes que han recibido el Sacramento del Orden Sacerdotal, existe también un sacerdocio de los laicos -de todos aquéllos que no han sido ordenados- pero que también tienen una responsabilidad apostólica de llevar el Mensaje de Cristo a quienes puedan y a donde puedan.
El llamado a la Evangelización está en muchos pasajes del Evangelio. Hoy nos lo hace el Señor de esta manera ... y nos dice esto a todos ... Sacerdotes y Laicos: “Vayan en busca de las ovejas perdidas de la Casa de Israel”.
Es decir: vayamos en busca de los católicos que se están perdiendo por todos los errores y falsedades que el Demonio astutamente está metiéndonos en libros, revistas, películas, videos, internet, etc. Errores contra la fe, contra Dios y contra la Iglesia. Errores contra la moral, contra la familia, contra la paz y la concordia. Errores todos que hacen de muchos católicos bautizados “ovejas perdidas”. Y ¿qué hacemos nosotros?
La verdad es que la participación de los laicos en el Sacerdocio de Cristo siempre ha estado vigente, pero ahora más que nunca se hace necesarísima, cuando podemos ver claramente que no hay trabajadores para la cosecha; es decir, que no hay suficientes Sacerdotes para pastorear las ovejas.
Desde el tiempo de Jesús “la cosecha es mucha y los trabajadores pocos”, pero esta situación se ha agravado en nuestro días. La Iglesia necesita Sacerdotes Ordenados, necesita muchos más de los que hay, pues no hay suficientes para todo el trabajo de la cosecha ... y muchos ya están ancianos.
¿Qué sucede, entonces? ¿Dónde están los trabajadores que se necesitan? Ciertamente deben estar entre nuestros hijos, sobrinos, nietos, familiares, amigos. ¿Y vemos a algunos de ellos siquiera preguntarse si el Señor los estará llamando al Sacerdocio? ¿O más bien todos piensan sólo en casarse?
El Señor nos dice en el Evangelio de este día que roguemos al “dueño de la cosecha” -a Dios nuestro Señor- que envíe trabajadores a sus campos. Y ... ¿oramos porque haya alguna vocación sacerdotal en nuestra familia? ¿Cuántos estamos dispuestos a que algún hijo sea Sacerdote o alguna hija Religiosa? ... ¿Oramos siquiera porque hayan muchachos que puedan oír el llamado del Señor para hacerse Sacerdotes?
Porque ... no es posible que el Señor no esté llamando a nadie o a casi nadie en este tiempo... Ciertamente no puede ser así, pues la cosecha sigue siendo mucha y las ovejas siguen andando sin pastor (¡hoy mucho más que en otras épocas!).
El Señor debe seguir llamando -como siempre ha llamado para el Sacerdocio y para la Vida Religiosa a lo largo de estos dos mil años de Cristianismo.
Pero sucede que el “mundo” -las cosas mundanas- aturden a los jóvenes, los hace sordos a la voz de Cristo, los engaña haciéndoles creer que las cosas del mundo son las más importantes, que lo único que vale la pena es lo material, el placer, los logros profesionales, el dinero, etc.
“La cosecha sigue siendo mucha y los trabajadores siguen siendo pocos”. Y ... ¿dónde están los trabajadores para la cosecha? ¿Sucederá a muchos como al joven rico del Evangelio? ¿Recuerdan esa historia?
Un joven que quería -según nos dice textualmente el mismo Evangelista, San Mateo- “conseguir la vida eterna” se acerca a Jesús para preguntarle qué debe hacer (Mt. 19, 10- 29).
Después de recordarle los mandamientos y habiendo el joven replicado que ya los cumplía, Jesús entonces lo llama para que le siga, instruyéndole de dejar todo lo que tiene para seguirlo a El, asegurándole que así tendría “un tesoro en el Cielo”.
El joven del Evangelio hizo como nuestros jóvenes de hoy: no siguió a Jesús, pues no quería dejar todo lo que tenía. Estaba apegado a las cosas del mundo ... igual que nuestros jóvenes de hoy. Le parecía muy importante y muy valioso lo que el mundo le ofrecía ... igual que nuestros jóvenes de hoy. Tenía muchos apegos: al dinero, a la fama, al deseo de tener una pareja, a tener una familia, etc., etc., etc. ... igual que nuestros jóvenes de hoy. Y dice el Evangelio que el joven se fue “triste”. Pero ¿no creen ustedes que más triste debió haberse quedado Jesús? Y ¿no creen ustedes que Jesús se queda igualmente triste con la respuesta de nuestros jóvenes de hoy?
¿Dónde, entonces, están los trabajadores para la cosecha del Señor? ¿Dónde están los que -al menos por agradecimiento a Cristo- van a servirle? La Segunda Lectura (Rom. 5, 6-11) nos recuerda todo lo que Cristo ha hecho por nosotros. Nos dice San Pablo que “cuando todavía no teníamos fuerzas para salir del pecado, Cristo murió por todos nosotros, pecadores”. Cristo - entregó - su vida - por nosotros. Y nosotros ... ¿qué le entregamos a Cristo?

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