quarta-feira, 26 de março de 2008

DOMINGO II DE PASCUA (J. ALDAZABAL)

DÍA DEL SEÑOR RESUCITADO
La experiencia gozosa y dinámica de la primera comunidad en la Pascua debería verse, hoy de un modo especial, como prototipo de la nuestra cada domingo. El primer día de la semana, y de nuevo el día octavo, o sea, siempre en domingo, la comunidad apostólica experimentó la presencia de su Señor, primero sin Tomás y luego con él, y "se llenaron de alegría". El Señor les dio su Espíritu, les envió como el Padre le había enviado a El, les dio el encargo de la reconciliación ("a quienes perdonéis los pecados...").
El tono de la homilía, pascual y positivo, podría hoy apuntar claramente a la realidad del domingo cristiano. También nosotros estamos convencidos de la presencia del Señor (según el Misal, IGMR 28, con el saludo "El Señor esté con vosotros", el presidente "manifiesta a la comunidad reunida la presencia del Señor"). También nosotros le descubrimos en su Palabra ("Cristo, por su Palabra, se hace presente en medio de sus fieles": (cf.IGMR 7. 9. 33). También nosotros nos gozamos de la presencia y la donación de Cristo que se hace nuestro alimento en cada Eucaristía.
El domingo, la Pascua semanal, el día que dedicamos a Cristo. O mejor, el día que Cristo Resucitado, presente en nuestra vida los siete día de la semana, nos muestra su cercanía de un modo especial. Como a los apóstoles, nos da su Espíritu, nos comunica su paz, nos envía a anunciar la reconciliación y alaba nuestra fe...
Nuestra reunión eucarística dominical es algo más que cumplir un precepto o satisfacer unos deseos espirituales. Vale la pena presentar los valores del domingo cristiano en unos tiempos en que está peligrando su misma existencia, o al menos su sentido profundo.
(J. ALDAZABAL MISA DOMINICAL 1991, 7)

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