quinta-feira, 29 de maio de 2008

DOMINGO 9 del Tiempo Ordinario

Ya pasadas las Fiestas de la Resurrección del Señor, su Ascensión gloriosa a los Cielos, la Venida del Espíritu Santo en Pentecostés, la fiesta de la Santísima Trinidad y, habiendo celebrado el domingo pasado la Fiesta del Corpus Cristi, retomamos nuevamente el llamado “Tiempo Ordinario” de la Liturgia, que continúa desde ahora hasta el Adviento, cuando comenzará nuevamente el Año Litúrgico al iniciar nuestra preparación para el Nacimiento del Dios-Hombre. Es así como durante este tiempo, que está caracterizado por la influencia del Espíritu Santo, la Liturgia de la Iglesia nos presenta una serie de lecturas que nos permiten ir detallando y profundizando mejor las enseñanzas de Jesucristo.
Las Lecturas de este Domingo nos invitan nuevamente a tomar muy en serio el cumplimiento de la Voluntad de Dios.
Una de las frases más duras de Jesús está en el Evangelio de hoy (Mt. 7, 21-27): “No todo el que diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos”. Jesús contrasta el cumplimiento de la Voluntad del Padre con la oración que es vacía e hipócrita.
Y continúa el Señor con una parte más fuerte: “Yo les diré en su cara: ‘Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal’”.
Notemos que nos advierte que no todos los que digan Señor, Señor entrarán. Significa que algunos sí podrán entrar ... pero otros no. ¿Cuál es la diferencia? Unos adoran a Dios, otros no.
Los que podrán entrar será seguramente porque en esa oración, reconocen a Dios como “Señor”. Lo le que dicen, lo dicen con sinceridad y queriendo significar lo que dicen. Eso es adorar a Dios. Lo demás son palabras falsas.
Para orar así, hay que decirlo con sinceridad -y significando lo que decimos. Hay que reconocer a Dios como “Señor”, y decirlo con convicción, porque sabemos que El es eso: “Señor”, Dueño, Jefe. Y nosotros lo seguimos, lo obedecemos, aceptamos su Voluntad y hacemos su Voluntad.
Esa es la condición: “entrará el Reino de los Cielos el que cumpla la Voluntad de mi Padre que está en los cielos”. Los que recen con palabras vacías, sin significar y ejecutar lo que dicen, no podrán entrar. Así de simple y así de fuerte.
También contrapone Jesús el cumplimiento de la Voluntad del Padre al ejercicio de falsos carismas. Carismas muy impresionantes -por cierto- como son el de expulsar demonios y el de realizar milagros.
Seguramente se refiere el Señor a toda esa gama de milagreros, brujos, psíquicos, astrólogos que han proliferado mucho en la actualidad y que -mal usando el nombre de Jesús ... usurpando ese Nombre sagrado- engañan con curaciones aparentes, predicciones tontas, ofertas irreales, eliminación del sufrimiento, falsa paz ... y hasta números ganadores en el negocio del juego, etc. etc. etc.
Con ésos será el Señor muy duro. Lo advierte en este Evangelio:
“Aquel día muchos me dirán: ‘¡Señor, Señor!’, ‘¿no hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre, muchos milagros?’. Entonces yo les diré en su cara: ‘Nunca los he conocido. Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal’”.
Esa será la ventura de estos falsos profetas de nuestro tiempo y los de todos los tiempos de la historia de la humanidad. Siempre los ha habido. Pero ... ¿y a los que se hayan dejado llevar por sus engaños malignos? ¿Cuál será su ventura?
Muchas veces la Sagrada Escritura nos advierte sobre estos engaños y cómo ofenden a Dios. Caer en eso es ser cómplice del Mal, es caer en las redes del Enemigo de Dios. Pero la respuesta más simple está en el mismo Evangelio de hoy: “no entrará al Reino de los Cielos sino el que cumpla la Voluntad de mi Padre”. Es muy simple. Se trata de cumplir en todo la Voluntad de Dios. Y caer en esas falsedades malignas no es cumplir la Voluntad de Dios.
Sigue más adelante Jesús con una comparación sobre la tontería que es hacer una edificación en la arena y hacerla sobre roca. Por supuesto la que está en la arena se cae a la primera acción de las lluvias, de las corrientes y de los vientos.
Pues bien, así de tontos como el constructor en arenas es el que, conociendo estas instrucciones del Señor, sigue a profetas falsos, astrólogos, brujos, psíquicos, adivinos, eliminadores del sufrimiento, conseguidores de todo lo que uno desea, otorgadores de falsa paz, anunciadores de números premiados, etc. “El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica”
No sucede lo mismo con la casa construida en la roca. Pueden venir vientos y tempestades, pero la casa está firmemente cimentada en la roca. ¿Y quién es esa “roca”? Es Cristo. Es Dios. Es su Palabra. Son sus instrucciones. Es su Voluntad.
Significa que vendrán vientos. Vendrán tempestades y lluvias. Pero unidos a su Voluntad, unidos a El verdadera y sinceramente, podremos sentir los embates de las tempestades del Enemigo de Dios, pero no podrán derribarnos. “Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque estaba construida sobre roca”.
No quiere decir que estaremos libres de ataques, pues estaremos sometidos a las mismas tentaciones y riesgos que el constructor tonto, pero estaremos firmes y fuertes cimentados en la roca.
La Primera Lectura (Dt. 11, 18.26-28.32) tomada del Libro del Deuteronomio, que es un libro de Ley, nos ratifica lo mismo. O -mejor dicho- Jesús ratifica y explicita lo que la Ley de Moisés dijo mucho antes:
“He aquí que pongo delante de ustedes la bendición y la maldición. La bendición, si obedecen los mandamientos del Señor su Dios ... la maldición, si no obedecen ... y se apartan del camino ... para ir en pos de otros dioses que ustedes no conocen”.
¿Nos damos cuenta los hombres y mujeres de hoy que seguir a los falsos profetas de estos tiempos es ir contra Dios y en pos de “otros dioses”; es decir, en pos de “ídolos”? ¿Nos recordamos la ira de Dios cuando el pueblo de Israel adoraba a los falsos dioses o ídolos?
“Maldición y bendición” (Dt. 11, 26). He allí nuestras opciones. “Nunca los he conocido. Aléjense de mí” (Mt. 7, 23). ¡Qué riesgo! ¡Qué tontería es dejarse llevar por ofertas malignas pero muy bien disfrazadas de benignas! Podemos condenarnos por esas falsas luces, esos falsos colores, por buscar nuestra voluntad y no la de Dios.
La Segunda Lectura (Rm. 3, 21-25.28) nos trae el contraste entre la Fe y el cumplimiento de la Ley. Por mucho tiempo -desde la Reforma Protestante hasta nuestros días- esta “aparente” oposición entre Fe y obras ha sido uno de los argumentos de división entre los Católicos y los Cristianos Protestantes.
Y tan “aparente” era que ya antes de finalizar el siglo, esta inexplicable diferencia quedó resuelta con la “Declaración Conjunta sobre la Doctrina de la Justificación” firmada en 1997 entre Católicos y Luteranos.
El documento Católico-Luterano arroja muchas luces sobre esta Carta de San Pablo, pero primero explicaremos algunas frases del Apóstol:
“Por medio de la fe en Jesucristo, la actividad salvadora de Dios llega, sin distinción alguna, a todos los que creen en El”. Es decir, la salvación está disponible -no asegurada- para todos los que creemos en Jesucristo Salvador.
“Todos son justificados gratuitamente por su gracia”. Todos los que somos justificados (santificados) lo somos, sin mérito alguno de nuestra parte.
“Sostenemos, pues, que el hombre es justificado por la Fe y no por hacer lo que prescribe la Ley de Moisés”. La Ley de Moisés tiene dos dimensiones: una dimensión se refiere a la relación entre el ser humano y Dios, y a la relación de los seres humanos entre sí. La otra se refiere a las prácticas, ceremonias, ritos, costumbres, etc., como eran la circuncisión, la observancia del sábado, las purificaciones, los alimentos considerados impuros, etc.
Esta frase de San Pablo se opone a esa segunda parte de la Ley y la dirige principalmente a los judíos convertidos a Cristo que pensaban que debían continuar observado esa parte de la Ley, y no sólo observarla ellos, sino imponérsela también a los cristianos no judíos.
Sin embargo, aplicada esta frase a nosotros hoy en día, tenemos que tener muy en cuenta que la Fe sin obras no es Fe genuina. La Fe debe ir acompañada de obras, que son las consecuencias de esa Fe. La primera de esas “obras” es nuestra confianza absoluta y constante en Dios, pues Fe sin confianza no es Fe. Además, la Fe no es solamente adhesión de nuestro entendimiento a Dios, sino también adhesión de nuestra voluntad a la Voluntad de Dios, como bien nos lo dice Cristo en el Evangelio de hoy.
Las obras consecuencias de la Fe en Cristo no son principalmente obras físicas -como pudiera pensarse-, ni siquiera obras apostólicas o de caridad. Estas también son “obras” consecuencia de la Fe, pero no son las primeras, ni las únicas. Nuestra mayor y más importante obra de Fe y nuestra mejor respuesta a esa Fe, que es regalo de Dios, es buscar y cumplir en todo su Voluntad.
Así que, las obras a las que se opone San Pablo son solamente las de la Ley de Moisés que ya explicamos. San Pablo no se opone -por supuesto- a las buenas obras que necesariamente se derivan de la Fe en Cristo.
El Salmo 30 nos recuerda Quién es nuestra fortaleza y nuestro refugio, en Quien ponemos nuestra Fe y nuestra confianza. Nos recuerda que la fortaleza y la capacidad de realizar buenas obras no viene de nosotros mismos, sino de Dios que nos salva.

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