sexta-feira, 14 de dezembro de 2007

Domingo 3 del Adviento

Las Lecturas de este Tercer Domingo de Adviento están muy conectadas entre sí.
En la Primer Lectura (Is. 1. 6-10) el Profeta Isaías nos anuncia los milagros que haría Aquél que vendría a salvar al mundo. Y en el Evangelio (Mt. 11, 2-11) vemos a Jesús usando esas mismas palabras de Isaías para identificarse ante San Juan Bautista.
Con el Salmo 145 hemos alabado al Señor y le hemos agradecido los milagros que fueron anunciados, que realizó Jesús cuando vivió en la tierra y que sigue realizando hoy en día para el bienestar físico y espiritual de cada uno de nosotros.
En el Evangelio Jesucristo define a su primo San Juan Bautista como un Profeta, agregando que es “más que un profeta” (Mt. 11, 2-11). Y continúa describiéndolo como aquél que es su mensajero, su Precursor, aquél que va delante de El preparando el camino.
Esto fue cuando ya eran adultos -treinta años de edad tenían ambos. Juan había ya anunciado al Mesías que debía venir y había predicado la conversión y el arrepentimiento, bautizando en el Jordán. Ya había Juan caído preso por su denuncia del adulterio de Herodes. Paralelamente, Jesús ya había comenzado su vida pública y, aparte de su predicación, ya había realizado unos cuantos milagros, por lo que su fama se iba extendiendo por toda la región.
Es así como, estando Juan en la cárcel, oye hablar de las cosas que estaba haciendo Jesús. Queriendo, entonces confirmar si era el Mesías esperado, San Juan Bautista mandó a preguntarle si era El o si debían esperar a otro.
Jesús no respondió directamente, sino que ordenó que se informara a Juan acerca de los milagros que estaba realizando: los ciegos ven, los sordos oyen, los mudos hablan, los cojos andan ... San Juan Bautista ya no necesitaba más información: enseguida debe haber identificado a Jesús con la profecía del Profeta Isaías sobre la actividad milagrosa del Mesías, que precisamente nos trae la Primera Lectura (cf. Is. 35, 4-6).
Sin embargo, por más que los milagros eran algo muy impresionante y por más que ya estaban anunciados que serían hechos por el Mesías esperado, la austeridad con la cual Jesús se estaba manifestando al pueblo de Israel, contrastaba con lo que la mayoría estaba esperando del Mesías. Y esto podría defraudar a unos cuantos, pues la mayoría esperaban un Mesías poderoso e imponente.
De allí que el Señor rematara el mensaje para su primo el Precursor, con esta frase: “Dichoso aquél que no se sienta defraudado por mí”.
En efecto, a muchos de su tiempo les pareció que Jesús no hacía suficiente honor a su título de Salvador, pues como bien dijo San Pablo posteriormente: “no hizo alarde de su categoría de Dios” (Flp. 2, 6). Vemos entonces como, a pesar de ser ¡nada menos que Dios! Jesús nos da ejemplo de una labor humilde y sencilla. Y, a la vez, nos exige esa misma humildad y sencillez a nosotros.
Para ser humildes y sencillos como el Señor, debemos ver en los milagros anunciados por el Profeta Isaías y realizados por Jesús, los milagros que nuestro Redentor, puede hacer en cada uno de nosotros, especialmente en este tiempo de Adviento: ciegos que ven, sordos que oyen, mudos que hablan, cojos que andan, etc.
¿Qué tiene que ver este mensaje del Evangelio con este tiempo de preparación a la Navidad? Que debemos prepararnos, respondiendo a San Juan Bautista, el cual llamaba a la preparación para la llegada del Mesías. Porque el Mesías, el Salvador del Mundo, Jesucristo, volverá, y debemos estar preparados. Y la mejor preparación que podemos hacer es dejarnos sanar por Jesús, que ya vivió en la tierra hace dos mil años, pero que continúa viviendo en cada uno de nosotros con su Gracia.
Aprovechemos todas las gracias derramadas en este Adviento, para prepararnos a la llegada del Mesías. Pidámosle que cure la ceguera de nuestra oscuridad, para que podamos ver las circunstancias de nuestra vida como El las ve. Pidámosle que cure la sordera de nuestro ruido, para que podamos oír su Voz y seguirle sólo a El. Pidámosle que cure nuestra mudez, para que podamos proclamar su Palabra a todo el que quiera oírla. Pidámosle que cure nuestra cojera y nuestra parálisis, para que podamos andar por el camino que nos lleva al Cielo.
En la Segunda Lectura (St. 5, 7-10) el Apóstol Santiago nos recomienda la paciencia para esperar el momento del Señor. Nos invita a la perseverancia en la espera de la venida del Señor. Nos pide tener la paciencia del agricultor que espera la cosecha y, sobre todo, nos pide imitar a los Profetas -San Juan Bautista, Isaías, y otros- en su paciencia ante el sufrimiento.
Así, en paciencia y perseverancia, convirtiéndonos de nuestra ceguera, nuestra sordera, nuestra mudez, nuestra cojera, etc., nos habremos preparado bien para recibir al Mesías. Así habremos aprovechado este Adviento. Que así sea.

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