quarta-feira, 9 de abril de 2008

domingo 4º de Pascua (J. ALDAZABAL MISA DOMINICAL 1993)

El domingo 4º de Pascua es siempre el del Buen Pastor. Pero Juan 10 se lee dividido, según los ciclos, en tres pasajes distintos. Este año, ciclo A, se proclama la primera parte: la referida a Cristo como puerta. Habrá que tenerlo en cuenta para no repetir siempre lo referente a Cristo Pastor.
Seguimos en un clima que debe ser claramente pascual, centrado en la gran noticia de la resurrección de Cristo Jesús. Las alusiones y prácticas en torno a la Virgen María -que pueden venir espontáneas al haberse iniciado el mes de mayo-, serán educativas si también se refieren a la Pascua de su Hijo. Ella, que fue la mejor maestra para el Adviento y la Navidad, y también para el camino de la pasión y la muerte de Cristo, lo es también de la vivencia de la Pascua y de la espera del Espíritu y la experiencia culminante de Pentecostés.
Y no porque nos interese o nos guste, sino porque así aparece en el plan de Dios y el evangelio nos la describe siempre presente a su Hijo en todo su camino. Mayo y Pascua: la Virgen, maestra de vida pascual.
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CRISTO, LA PUERTA
En el evangelio se acumulan las imágenes para describir qué es Cristo para nosotros: la piedra angular, el camino (ambas, el domingo que viene), el Templo, el Pastor. El que el mismo Cristo se presente hoy como la puerta tiene una intención muy concreta. Puerta significa entrada, acogida, mediación, acceso. «El que entre por mí se salvará... encontrará pastos». Cristo se revela como el enviado del Padre, el verdadero Maestro, la invitación a entrar, la bienvenida a la casa de Dios, a su Reino.
En otros pasajes del NT se desarrolla esta idea: «por él unos y otros tenemos acceso al Padre» (Ef 2,18). Cristo Jesús es la verdadera puerta a la salvación, porque en la Pascua se ha entregado por todos: «Tenemos la seguridad para entrar en el Santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros a través de su propia carne» (Hb 10,19).
Cristo es la entrada a los pastos verdaderos, al Padre. En un mundo que se plantea interrogantes radicales y urgentes, él aparece como la respuesta y el camino, como la clave que da sentido a nuestra existencia, como la única puerta de acceso a la verdad y la vida.
Así nos lo ha presentado Pedro, en su discurso de Pentecostés: Cristo es el único Salvador, en quien tenemos el perdón de los pecados, porque ha entregado su vida por nosotros.
Salvarse va a consistir en creer en él, convertirse a él, bautizarse y agregarse a su comunidad eclesial. O sea, «entrar por la puerta que es Cristo», que no supone sólo la pacífica posesión de un certificado de bautismo, sino oír su voz, seguirle, formar activamente parte de su comunidad: «Andabais descarriados como ovejas, pero habéis vuelto al Pastor y guardián de vuestras vidas». No hay otro pastor ni otra puerta legitima: sólo Cristo, el Señor.
-LOS PASTORES QUE ENTRAN POR LA PUERTA
Hay una clara alusión en el evangelio de hoy a los pastores que, en nombre de Cristo, guían al pueblo. El tema de los pastores en la comunidad aparecerá de nuevo en domingos sucesivos, pero vale la pena referirse a él también hoy, bajo una doble clave de examen de conciencia y de gratitud.
Hay pastores auténticos, los que entran por la puerta verdadera, guías que animan y conducen al pueblo a los pastos que son de Cristo: su verdad, su gracia, su vida. Pero puede haber también otros que «no entran por la puerta». Cristo les llama ladrones y bandidos: falsos profetas que se han dado a si mismos un encargo que no es el de Cristo y se sienten dueños y no servidores.
Es Cristo quien ha hecho a su comunidad este entrañable don: ha querido que haya personas que colaboren con El para la guía y defensa del pueblo cristiano. Los obispos, presbíteros y diáconos, ministros ordenados: que han entrado por la puerta de Cristo, configurados a él por un sacramento especial; que han recibido, como Pedro, el comprometido encargo: «Apacienta mis ovejas»; que son «sacramentos» o «iconos» de Cristo (así les llama el nuevo Catecismo: 1087 y 1142); sus portavoces (El es el Maestro); instrumentos de su perdón (el que perdona es El).
En el Apocalipsis (cap. 21), al hablar de la ciudad santa, la Iglesia, se dice que no sólo tiene una Puerta, sino doce: los doce apóstoles. La única entrada, pues, que es Cristo, él mismo ha querido que fueran doce. Su comunidad, además de una, santa y católica, es también «apostólica». Lo cual es un don gozoso y a la vez un compromiso. Para la comunidad, que acepta la mediación eclesial de los pastores en la transmisión de la fe, en la animación de la comunidad y en la celebración de los sacramentos. Y en los mismos pastores, que no se sienten dueños ni de la Palabra, ni de la gracia ni de la comunidad. Sino servidores del único Pastor y Puerta, Cristo Jesús.

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