quarta-feira, 9 de abril de 2008

DOMINGO IV DE PASCUA (Andrés PARDO)

TRES DEFINICIONES DE CRISTO
Hoy, en el evangelio de este cuarto domingo de Pascua, encontramos tres definiciones que hace Cristo de sí mismo: es puerta, pastor y aprisco.
En la Biblia se habla muchas veces de la puerta de la ciudad, que, fortificada, garantiza la seguridad de los ciudadanos. Franquear las puerta del templo significa a cercarse a Dios; salvarse es penetrar por la puerta del cielo, que se abre a quien llama desde la fe. Jesús es la puerta de acceso al Padre, la puerta que introduce en los pastos donde se ofrecen libremente los bienes divinos. Los discípulos de Jesús deben ser siempre "puerta" abierta para los demás, y no pared de rebote o muro de choque. Y para que el cristiano aparezca ante el mundo como una "puerta" de entrada; como oferta de salvación, cada creyente tiene la responsabilidad de vaciarse de sí mismo para no ser un obstáculo.
Jesús es el único y buen pastor de la comunidad cristiana. Superando una idea bucólica o despectiva, hay que entender al pastor como el hombre de coraje, de audacia y de prudencia, que camina delante y conoce las ovejas. En lenguaje actualizado, el pastor es el líder y el guía. Desde las catacumbas, los cristianos siempre han reconocido a Jesús como el buen Pastor que da la vida por sus ovejas y muere como "cordero de Dios" para hacerse alimento de su rebaño. Por eso su ejemplo es camino para sus seguidores.
Jesús es también el aprisco del rebaño. En él se encuentra la defensa, el abrigo y el descanso. Él es el Reino de Dios, al que no se entra con astucia, como los ladrones, ni con violencia, como los salteadores, sino en la fidelidad, en el servicio total, en la paz que es plenitud de bien.
En este domingo la Iglesia celebra la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones: al sacerdocio y ministerios, a la vida misionera, a la profesión de los consejos evangélicos en la vida religiosa o en institutos seculares. Es tarea permanente, pero más que nunca de este día, orar por las vocaciones consagradas: las que hay y las que tendría que haber. Para que sean puerta que abren el acceso a Dios y buenos pastores, como Jesús, para su pueblo.

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