quinta-feira, 17 de abril de 2008

DOMINGO 5 del Tiempo de Pascua- Ciclo "A" -


En el Evangelio de hoy, nuestro Señor Jesucristo nos da la que tal vez sea la definición más completa y profunda que El hizo de Sí mismo: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Y nos dejó esa definición la noche antes de su muerte, cuando cenando con los Apóstoles, les daba sus últimos y quizás más importantes anuncios. Los Apóstoles, sin lograr entender mucho de lo que les decía, estaban evidentemente preocupados. Y el Señor los tranquilizaba diciéndoles: “En la Casa de Mi Padre hay muchas habitaciones ... Me voy a prepararles un lugar ... Volveré y los llevaré conmigo, para que donde Yo esté, también estén ustedes. Y ya saben el Camino para llegar al lugar donde Yo voy” (Jn. 14, 1-12).”
Tomás, el que le costaba creer, le replica: “Señor, si ni siquiera sabemos a dónde vas ¿cómo podemos saber el camino?”, a lo que Jesús le responde: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”.
Efectivamente, Jesús iba a morir, resucitar y ascender al Cielo; es decir, se iba a la Casa del Padre. Y a ese sitio desea llevarnos a cada uno de nosotros, para que estemos donde El está. Y El no solamente nos muestra el Camino, sino que nos dice que El mismo es el Camino, cuestión un tanto complicada, que Jesús les explica de seguidas: “Nadie va al Padre si no es por Mí”.
El Camino del cual nos está hablando el Señor no es más que nuestro camino al Cielo. Es el camino que hemos de recorrer durante esta vida terrena para llegar a la Vida Eterna, para llegar a la Casa del Padre, donde El está.
Y ... ¿cómo es ese camino? Si pudiéramos compararlo con una carretera o una vía como las que conocemos aquí en la tierra, ¿cómo sería? ¿Sería plano o encumbrado, ancho o angosto, cómodo o peligroso, fácil o difícil? ¿Iríamos con carga o sin ella, con compañía o solos? ¿Con qué recursos contamos? ¿Tendríamos un vehículo ... y suficiente combustible? ¿Cómo es ese Camino? ¿Cómo es ese recorrido?
Veamos algo importante: Jesús mismo es el Camino. ¿Qué significa este detalle? Significa que en todo debemos imitarlo a El. Significa que ese Camino pasa por El. Por eso debemos preguntarnos qué hizo El. Sabemos que durante su vida en la tierra El hizo sólo la Voluntad del Padre. Y, en esencia, ése es el Camino: seguir sólo la Voluntad del Padre. Ese fue el Camino de Jesucristo. Ese es nuestro Camino.
Vista la vida de Cristo, podríamos respondernos algunas preguntas sobre este recorrido: es un Camino encumbrado, pues vamos en ascenso hacia el Cielo.
Sobre si es ancho o angosto, Jesús ya lo había descrito con anterioridad: “Ancho es el camino que conduce a la perdición y muchos entran por ahí; estrecho es el camino que conduce a la salvación, y son pocos los que dan con él” (Mt. 7, 13-14).
¿Fácil o difícil? Por más difícil que sea, todo resulta fácil si nos entregamos a Dios y a que sea El quien haga en nosotros. Así que ningún recorrido, por más difícil que parezca, realmente lo es, si lo hacemos en y con Dios.
Carga llevamos. Ya lo había dicho el Señor: “Si alguno quiere seguirme, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz de cada día y que me siga” (Lc. 9, 23).
No vamos solos. No solamente vamos acompañados de todos aquéllos que buscan hacer la Voluntad del Padre, sino que Jesucristo mismos nos acompaña y nos guía en el Camino, y -como si fuera poco- nos ayuda a llevar nuestra carga.
¿Recursos? ¿Vehículos? ¿Combustible? Todos los que queramos están a nuestra disposición: son todas las gracias -infinitas, sin medida, constantes, y además, gratis- que Dios da a todos y cada uno de los que deseamos pasar por ese Camino que es Cristo y seguir ese Camino que El nos muestra con su Vida y nos enseña con su Palabra: hacer en todo la Voluntad del Padre.
En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (Hech. 6, 1-7) se nos relata la institución de los primeros Ministerios en la Iglesia. Hemos leído cómo los Apóstoles decidieron delegar en “siete hombres de buena reputación, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría”, para que les ayudaran en el servicio a las comunidades cristianas que se iban formando, de manera que ellos pudieran dedicarse mejor “a la oración y al servicio de la palabra”.
Y respecto de esos “Ministerios” o funciones de servicio dentro de la Iglesia, el Concilio Vaticano II nos indica que, no sólo los Sacerdotes, Religiosos y Religiosas tienen funciones, sino que también los Laicos pueden y deben realizar funciones de servicio en la Iglesia. Y este derecho le viene a los Seglares del simple hecho de ser bautizados, pues el Sacramento del Bautismo los hace “participar en el Sacerdocio regio de Cristo” (LG 26).
Y el Concilio basa esa solemne declaración en la Segunda Lectura que hemos leído hoy, tomada de la Primera Carta del Apóstol San Pedro (1 Pe. 2, 4-9). En efecto, en su Documento sobre el Apostolado Seglar (AA 3) el Concilio explica lo que significa hoy para nosotros esta Segunda Lectura:
1. El Apostolado y el servicio de los Seglares dentro de la Iglesia es un derecho y es un deber.
2. Por el Bautismo los Laicos forman parte del Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, y por la Confirmación son fortalecidos por el Espíritu Santo y enviados por el Señor a realizar la Evangelización, así como a ejercer funciones de servicio dentro de la misma Iglesia.
También, siguiendo lo que nos dice San Pedro en esta Carta: Cristo es la piedra fundamental -la piedra angular. Pero todos nosotros, Sacerdotes y Laicos, “somos piedras vivas, que vamos entrando a formar parte en la edificación del templo espiritual, para formar un sacerdocio santo”. Por eso el Concilio, basándose en esta Carta, declara que los Seglares “son consagrados como sacerdocio real y nación santa”.
Sin embargo, a pesar de toda la grandeza y significación que tiene el hecho de que los Seglares participen del Sacerdocio de Cristo, hay que tener en cuenta que hay una distancia considerable entre la función de un Seglar instituido como Ministro Laico para ejercer algún tipo de función dentro de la Iglesia y la función de un Sacerdote consagrado por el Sacramento del Orden Sacerdotal.
Pero es así como, a través de unos y otros Ministerios dentro de su Iglesia - los Ministerios Sacerdotales y los Ministerios Laicales - “el Señor -como hemos repetido en el Salmo (32)- “cuida de los que le temen”, cuida de cada uno de nosotros.

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